El espacio urbano es heterogéneo. Es un lugar donde circula la información, se discute, se negocia, se socializa, se innova… Siempre hay una correlación entre individuos y grupos que definen y estructuran sus relaciones con el poder, sea para someterse o para desobedecer.
En este espacio, los caminantes no son solo observadores, son participantes polisensoriales que experimentan a cada paso, un equilibrio cotidiano; pero, a veces, también, un desequilibrio en respuesta a su interacción con este espacio público, estratégico y activo.
Manuel Delgado dice que los espacios urbanos son escenarios idóneos para que se expresen en ellos y a través de ellos, anhelos y voluntades colectivas, creando valores y significados compartidos. Efectivamente, esta valía permite entender conceptos y propuestas que cada vez encuentran más dificultad para armonizar con esta dimensión urbana.
Los conflictos urbanos no dan tregua a la lógica, ya que se encuentran absorbidos por unos cánones visiblemente marcados en la idiosincrasia y la cultura de nuestra gente. Hay debates conflictivos dentro de la dinámica de relación inmaterial urbana que aún no se logran responder. Pensemos, por ejemplo, en la presencia de la gente campesina en la ciudad, ciudadanos que, a pesar de estar amparados por una misma ley y tener los mismos derechos, son excluidos y sufren experiencias dolorosas a su paso por la urbe; sin embargo, esta coincidencia de actores y dinámica común que se da en esta globalización urbana, al parecer, se lo hace sin conciencia.
En este sentido, debe desvirtuarse ese urbecentrismo que conlleva un prejuicio de superioridad contra el campesino y de lo cual se aprovecha el citadino; y, permitir que el campesino, a quien le debemos mucho, recupere su protagonismo tanto en el área rural como en la urbana. (O)