Un sendero en el sureste selvático de Ecuador, donde se han localizado dos bloques de piedra tallados, podría ser el vestigio que conduzca hacia dos minas de oro españolas del siglo XVI, cuyo rastro se perdió hace unos cuatrocientos años.
El hallazgo, realizado en noviembre pasado por el geólogo y explorador suizo Stefan Ansermet, es el primero que podría arrojar luz en la dirección de las minas y es «bastante esperanzador», según su jefe, el presidente de la firma Aurania Resources, Keith Barron.
«Estos lugares eran reputados no solo por ser los más ricos de Ecuador, sino de todo el Imperio español», afirma sin dudarlo Barron, un canadiense que ha vivido en una veintena de países y que se fijó hace dos décadas localizar esas «ciudades» mineras perdidas.
LAS MINAS ESPAÑOLAS PERDIDAS
Desde entonces, está tras la pista de Logroño de los Caballeros y Sevilla de Oro, fundadas en 1565 por el conquistador Juan de Salinas, uno de los pocos que intervino en la conquista de México con Hernán Cortés, y en la de Cuzco junto a Francisco Pizarro.
Ambos asentamientos mineros figuran entre las siete ciudades fundadas por Salinas en lo que hoy es el moderno Ecuador, entonces la Real Audiencia de Quito, y cuya pista se difumina en los mapas alrededor de 1650.
Barron conoció la historia de las minas perdidas de manera fortuita en 1998, cuando decidió dejar la empresa diamantera para la que trabajaba en Caracas y trasladarse a Quito a «estudiar español».
La familia que lo albergó era la del historiador Octavio Latorre, que había sido contratado por el Gobierno ecuatoriano para localizar la posible ubicación de las minas españolas.
«Me contó que había siete minas famosas, una de ellas sigue vigente pero el resto se perdieron y gradualmente fueron encontradas, aunque dos siguen desaparecidas. Esos lugares están ahí, sospecho que son El Dorado» ecuatoriano, argumenta.
ECUADOR Y EL LEJANO OESTE
El interés de Ecuador por encontrarlas no fue casual.
El hallazgo en 1981 de un yacimiento de oro fundado por los españoles en 1562 y abandonada en 1603, tras una epidemia que acabó con los esclavos indígenas, atrajo a miles de cazaminas provocando una crisis humanitaria y medioambiental en la provincia amazónica de Zamora Chinchipe.
«Llegaron 25.000 personas en un mes, era como el salvaje oeste», afirma Barron antes de asegurar que se extrajeron de allí 2,7 millones de onzas de oro oficiales y probablemente el doble fue a parar al mercado negro.
Junto al historiador ecuatoriano, el canadiense fundó una empresa exploradora y obtuvo en 2001 una concesión inicial de 400 hectáreas, para dos años después expandir el área a 96.000 y la registró en la bolsa de Toronto.
En 2006 la firma descubrió uno de los mayores yacimientos de oro a nivel mundial en los últimos 25 años: Fruta del Norte, que desde noviembre pasado es explotada por la canadiense-suiza Lundin Gold.
Las acciones de la compañía exploradora subieron como la espuma y Barron la vendió en 2008 por mil millones de dólares, pero su obsesión por los ocultos depósitos españoles no cesó.
TRAS LA PISTA DEL MAPA
El geólogo decidió entonces retomar junto a su viejo amigo Latorre -fallecido en 2017- el proyecto de las ciudades perdidas, que los llevó a investigar referencias o mapas y adentrarse en el Archivo de Indias de Sevilla, donde hallaron 500 documentos, en el Museo Nacional de Madrid y otras instituciones en Perú y Ecuador.
Pero una de las pistas más importantes la encontraron en la Biblioteca de Manuscritos del Vaticano, en un volumen de memorias del sacerdote carmelita Antonio Vázquez de Espinosa, que vivió en el Nuevo Mundo durante dos décadas, una de ellas en la región ecuatoriana.
«Ofrece una descripción de cómo llegar a Sevilla de Oro desde Riobamba», e incluye un camino real, unos lagos situados en el páramo, un cambio de dirección norte-sur en la rivera del río Upano y adentrarse en la cordillera del Cutucú.
En 2016 la nueva compañía de Barron, Aurania, obtuvo una concesión que le permitió explorar 2.800 hectáreas y más de 13 millones de dólares de inversión después tiene en el radar una treintena de objetivos con potencial de oro, plata y pórfidos de cobre, y ha descubierto una decena de nuevas especies minerales.
QUÉ ARTEFACTOS BUSCAN
Las minas coloniales debieron tener en sus orígenes unos 50 españoles y 2.000 trabajadores indígenas, y en su primer año, Logroño de los Caballeros produjo 4.000 onzas de oro, una cantidad considerable. Fue destruida tres veces por revueltas indígenas y reconstruida, lo que apunta al valor de la explotación.
«Sabemos que operaron 35 años y eran realmente importantes para la Corona española», sostiene Barron aunque advierte que no esperan encontrar ruinas, sino restos de alguna empalizada, trincheras, pozos, la extensión del camino descubierto o algún viejo eje minero.
El historiador Ricardo Ordóñez, experto en la era colonial, explica que lo que se busca son restos de «villas reales de minas», generalmente sin defensas amuralladas y levantadas sobre un lavadero de oro o yacimiento importante.
Cree posible que los bloques de piedra encontrados pudieran formar parte de la «Caja Real» de un asentamiento minero, una edificación fortificada donde se colectaban impuestos como el quinto real de oro o plata, que eran despachados vía marítima a la península ibérica.
Recuerda que Salinas fue declarado «adelantado» por Felipe II y logró del monarca su autorización para traer a las nuevos territorios a 10.000 personas, en su mayoría conversos, para trabajar en la floreciente industria aurífera. Pero eso es otra historia. EFE