Del Carnaval, guardo una mezcla de imágenes curiosas, a lo mejor, compartidas con algunos de ustedes, amables lectores.
Lo primero que llamaba la atención de los niños de los lejanos 50 y principios de los 60, era la cantidad impresionante de comida que se preparaba para la gran fiesta: naturalmente, en primerísimo lugar, el mote pata, con carne de cerdo, longaniza, tocino y pepa de zambo; el pernil y los tamales; los cuyes y gallinas, sacrificados en las proporciones que el bolsillo de los dueños de casa permitía. Y el pan que se lo amasaba como para toda la vida, no para una semana, y los dulces, en especial, membrillo, durazno e higos. Luego, la encantadora cantidad de días vacaciones, que en algunos centros educativos devotos se extendía hasta el Miércoles de Ceniza (un día poco simpático, porque toda la abundante y deliciosa comida sobrante de la fiesta, no se podía calentar y servir, como en otras celebraciones, porque al ser el inicio de la Cuaresma, obligaba a unos ayuno y abstinencia que los chicos no comprendíamos, y peor cuando en el sermón de la misa penitencial, y antes de trazar la cruz de ceniza en la frente de los fieles, el sacerdote hablaba de que la carne de la cual tenían que abstenerse todos los pecadores que llenaban el templo, era otra. ¿Cuál?, nos preguntábamos los más chicos, molestos solo de pensar en el arroz con sardina, que reemplazaría al delicioso mote pata guardado en el refrigerador de entonces: la honda y oscura olla de barro.
Más allá del asueto estaba la posibilidad del juego: en el mejor de los casos con agua y un poco de maicena o talco, y en el peor con tierra de color, comida, arena, sangre de cerdo preparada para morcillas y todo lo que estaba al alcance de las entumecidas manos de los carnavaleros. A unos les encantaba, a otros, no tanto.
El juego no respetaba fronteras de edad, parentesco, luto, males pasajeros de la salud, simplemente se daba hasta “estilar” a las víctimas. El diccionario dice que es vocablo en desuso y se refiere a un cuerpo que rezuma líquido. ¡Cómo no íbamos a rezumar agua de todas clases, desde la potable hasta la llena de desperdicios alimentarios!
Pintar un festejo así requeriría mucho más espacio, pero hasta aquí llegamos. ¡FELICIDADES! (O)