Hogares, casas, edificios

El poeta inmortal y andino César Vallejo nos dice  “Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero pero no de hombres (…) una casa vive únicamente de hombres, todos  han partido, pero todos se han quedado, lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos, el corazón” y  se quedaron el pie, los labios, el corazón, escondidos en los rincones, en el reverso de las puertas en donde cada año se marcaba el crecer de los hijos con pequeñas rayas horizontales, ya no eran casas  sino hogares devengando la vida , arrastrando las sillas  en los corredores en pos del sol de la tarde, en el eco que oficiaban los padres al caer la noche, en la aroma de pan cocido amasada por la madre. Y eran solo uno los habitantes y la casa porque se decía como están en la casa. Pasaron los años y las casas viejas se quedaron abandonadas, solas, de soledad humana, habían cumplido su ciclo como afirmaban sus dueños imbuidos de un aire de modernidad. Cayeron los muros de los conventos, los altares de las iglesias, las capillas colegiales, desaparecieron las verjas del parque, borraron del paisaje la colina de la Virgen de Bronce, se levantaron  espantosos edificios, proliferaron los departamentos y se esfumaron los antiguos hogares.

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