En esa lejana tarde de septiembre, la abuela me había contado una vez más la historia de Mamá Jacoba. Nadie como ella para preparar perniles, morcillas, empanadas, amasijos, mistelas y una infinidad de dulces, pero era distinta a las otras mujeres, ya a los 15 años, con un pantalón de bayeta ají manteca y una capa colorada fue a torear en la plaza de Cañar, durante las guerras entre liberales y conservadores se puso del lado de los primeros, la plata de las minas de Malal le sirvió para acuñar las monedas destinadas a la caja de guerra de General Alfaro, se decía que había hecho pacto con el diablo y por eso tenía muchas tierras. El día que murió cayó una gran tempestad, se vino abajo el cerro Altarurco y cuando los peones llevaban su cadáver al cementerio de Juncal en el pasó de la quebrada de Charcayhuayco cayó un rayo sobre ellos, abandonaron el ataúd y huyeron despavoridos, pasado el susto regresaron al lugar, pero el cuerpo había desaparecido. Desde ese entonces- continuaba la abuela- cuando sube la niebla hasta el patio de la vieja hacienda, con ella viene el alma de Mama Jacoba y se sienta a llorar junto al horno de pan donde viven ahora solo las tórtolas y las golondrinas. (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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