Y de pronto la avalancha de noticias nos cubrió de pavor. Y fue inútil hablar de los ancianos abandonados en algún centro geriátrico allá en España, o los centenares de muertos diarios en Italia; entonces no quisimos saber sus nombres, no personalizamos. Simplemente el corona virus sigue infestando el planeta. Entonces, aquellos que no tienen voz se convirtieron en nuestros fantasmas. Por ello y por mucho más, tenemos que acudir a la palabra como única herramienta para detener la avalancha. Reconocemos que el humor es el único catalizador y esencia del ser humano de allí su importancia, sin embargo su abuso puede ser fatal en tiempos de pandemia; la palabra como prevención ante la violencia doméstica que se genera en cada jaula, la voz para obedecer disciplinadamente a las autoridades y convocar a los vecinos al ¡quédate en casa! la palabra para sabernos bautizados a sangre y fuego. Entonces las ciudades desiertas y en silencio, obligarán al jinete de la peste a alejarse. ¡Felicitaciones a todos y cada uno de los habitantes de este maravilloso mundo porque decidieron quedarse en casa! Hay un día para cada cosa bajo el cielo, sólo por hoy, minuto a minuto, lograremos que las estadísticas tengan nombre y de esta manera, reinventados como hombres y mujeres pisaremos las calles nuevamente.
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