Los cadáveres caminan en la ciudad denominada “perla del Pacífico” y caen fulminados por el peso de su miseria. La ignorancia, ángel exterminador, ha posado sus garras en nuestra ciudad amada. Y es que Guayaquil nos duele en toda el alma. Cada transeúnte, cada decisión de salir a respirar la pandemia, cada roce de la piel en el que se trasmite el virus, cada lágrima nos obliga a reflexionar sobre el infierno de la ausencia de educación en un pueblo que tiene “madera de guerrero”. Y es aquí donde el dolor se transforma en indignación cuando comprobamos, una vez más la corrupción de aquellos que se aprovechan de las crisis. Como buitres carroñeros, ciertos políticos aparecen y cubren su rostro con mascarillas; son los mismos de siempre, aves de mal agüero que asoman puntualmente en época de calamidad para aprovechar el último rastro de sangre infectada. ¡Quédate en casa! es la consigna que no entienden los débiles; aquellos que necesitan el pan de cada día. ¡Quédate en casa! ¿Cuál casa? se preguntan mientras miran sus covachas convertidas en hornos crematorios. Mientras tanto los médicos, el personal sanitario, reciben homenajes y se encuentran desnudos sin insumos que ayuden a paliar el pavor que nos envuelve. La nube negra del coronavirus hace su cosecha en Ecuador porque la condición infrahumana de este país lo permite. Duele Guayaquil, duele el país, duele hasta el alma.
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Cerrar - Porque esto es África23 de noviembre de 2024