Cuando el mundo salga de la crisis por la pandemia, habrá cambiado, sí, pero no tanto. Lo cree el sociólogo francés Gilles Lipovetsky, que se atreve a contradecir a quienes entonan el recurrente «nada será igual»: «Si algo hará este período es reforzar la desconfianza de los ciudadanos, y es comprensible».
Refugiado en su casa de Grenoble, Lipovetsky (París, 1944) repasa en una entrevista con Efe las palabras con las que estos días analiza la situación: prudencia, desconfianza, desigualdad… Sus opiniones no son tan categóricas como hace 40 años, cuando aseguraba en su obra que habíamos entrado en «La era del vacío».
«Creo que las cosas cambiarán, pero no brutalmente motivadas por un único acontecimiento, aunque este parezca dramático en nuestro presente. A no ser que la crisis se eternice», reflexiona.
Pregunta: ¿Y si, como señalan algunos expertos, el confinamiento se prolonga de manera intermitente hasta 2021?
Respuesta: Cuando estamos ante escenarios catastrofistas, es fácil predecir y decir frases espectaculares. ¿Bastará esto para provocar una mutación de las conciencias? No lo creo. Eso querría decir que la historia avanza a golpe de milagros de la conciencia.
Ya no creo en los efectos concretos, sino en los cambios reales y efectivos que podemos hacer, por ejemplo, con las nuevas tecnologías. La concienciación de la gente es fuerte… pero a condición de que los cambios no les afecten a ellos mismos.
Sucede también con la crisis climática: todo el mundo está de acuerdo en bajar la presión sobre la naturaleza, pero eso no basta. Seguimos en el antiguo camino idealista de que basta juzgar bien para actuar bien, como decía Descartes. Ya no creo que sea así. Hace falta algo más que pensar bien para obrar bien.
P: La crisis sanitaria también ha puesto en evidencia las desigualdades sociales.
R: Hay que relativizar. La exigencia de justicia social no viene de la crisis sanitaria. En Europa es un fenómeno recurrente desde hace siglos y las revoluciones no han terminado con la desigualdad. Asistimos probablemente a los daños de estas desigualdades excesivas y puede que aquí acabe el ciclo que comenzó en 1980.
El capitalismo ha creado en los últimos 40 años poblaciones más y más apartadas del desarrollo, no ultrapobres, pero que se sienten marginadas. Es una de las razones del éxito del populismo. Los servicios públicos reculan, la presencia del Estado es menor.
P: ¿Devolverá esta crisis importancia al Estado, a servicios públicos como la sanidad?
R: Creo que sí. El ejemplo de la sanidad es interesante. El hecho de que no hayamos tenido mascarillas, sistemas para hacer pruebas, aparatos de respiración es el resultado de una política que consiste en decir «esto cuesta muy caro» y «en Europa no tendremos grandes epidemias». Ha habido errores de evaluación.
La crisis es también la señal de que habrá que modelar la globalización y devolver a Europa un papel, por ejemplo, de garantizar nuestra seguridad sanitaria. No es normal que no tengamos medios de hacer mascarillas ni un cierto número de dispositivos de protección.
P: ¿De dónde vienen esos errores?
R: No vienen del capitalismo, sino de la política. Tenemos en ciertos países, como Francia, regiones donde no hay médicos. Incluso en las grandes ciudades hay que esperar seis meses para tener una cita si tienes problemas de audición o de vista porque no hay especialistas. Y mientras tanto reducen el número de estudiantes en las universidades. Es inconcebible.
Los errores no recaen en un único gobierno, sino en una sucesión de decisiones de distintos Estados. Durante 40 años hemos tenido un movimiento que ha privilegiado el mercado en detrimento del Estado, (así que) no es impensable que ahora el Estado asuma un rol mayor, no totalitario, pero con mayores responsabilidades sobre lo elemental, sobre todo la sanidad, la seguridad y la educación.
P: ¿No teme que la pandemia amenace aún más a las democracias liberales y dé nuevo impulso a los populistas?
R: Seguramente el movimiento de desconfianza hacia las autoridades va a amplificarse, y es comprensible porque ha habido errores. El escepticismo hoy toca a los políticos, al Estado, a los medios, e incluso a la ciencia.
¿Habrá un reforzamiento del soberanismo? Creo que sí, pero no creo que gane. Soy europeo y deseo que Europa continúe en esa vía, pero no estoy seguro. Puede que la fuerza de la opinión conduzca a medidas cada vez más egoístas de las naciones. La solidaridad europea no ha estado a la altura y Europa va mal.
P: China parece aprovechar la oportunidad para presumir de que sus ciudadanos han sido más cívicos, ¿podría esta situación comprometer las bases de nuestras democracias?
R: No lo creo, la vinculación a las libertades privadas y públicas en Europa son muy fuertes. No veo que la gente conteste la legitimidad de las medidas. Es más bien la gestión timorata de los Estados, que han tenido miedo a la reacción de los ciudadanos. En España, por ejemplo, permitiendo la manifestación del Día de la Mujer con millones de personas cuando el virus estaba circulando.
Cuando se toca el botón de la seguridad sanitaria, las exigencias locas del individualismo se calman. Nadie protesta en un hospital o en un aeropuerto, sabe que es por su bien. La gente no es tan irresponsable como dicen.
En el caso de China, habrá que verlo más tarde, pero es probable que las autoridades hayan mentido en cuanto al número de muertos. En cambio, Taiwán y Corea del Sur han sido eficaces, y no son estados totalitarios.
P: Allí se impusieron medidas como la localización de los ciudadanos gracias a sus teléfonos, ideas que se debaten en Europa. ¿No puede convertirse en un ataque contra las libertades individuales?
R: ‘Voilà’, la gran cuestión. Los observadores contemporáneos nos anuncian que el estado de excepción se ha convertido en la regla en nuestras democracias. No comparto en absoluto ese análisis apocalíptico.
Cuando los ataques a la libertad se hacen en un marco de protección vital la gente pasa su vida por delante de la libertad, lo que me parece normal, porque saben que cuando acabe ese período la recuperarán.
P: ¿Cree que las cicatrices del distanciamiento social, la nostalgia del contacto físico, contribuirán a poner fin al hiperconsumismo de las últimas décadas?
R: «Volver a centrarse en las cosas profundas», decía Emmanuel Macron en su discurso. Esto está muy bien para los intelectuales, pero son palabras evangélicas. Después de la crisis la gente necesitará airearse, sentirse ligera, y ya sabemos que ser ligeros hoy significa irse de vacaciones, comprar, ir a la peluquería, ver una serie. No es que sea muy elevado, pero es lo que hay. EFE