Conocer bibliotecas, en muchos casos, significó también entrar en contacto con personas de gran calidad humana e intelectual, como algunas que he mencionado en artículos anteriores sobre el tema.
Tenía 20 años cuando murió César Dávila Andrade, y en un viaje a Quito conocí a Laura Romo de Crespo, la gran amiga de la etapa capitalina del poeta, por quien sintió profundo y platónico amor.
Desde la fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, “la bella distante”, como la llamó el poeta en una de sus más hermosas composiciones, estuvo a cargo de la Biblioteca de la Entidad, que luego absorbió a la Nacional.
Laura era de una bondad y una generosidad incomparables (Álvaro San Félix la llamaba “Hada Madrina”). Dávila en sus primeros años de Quito era poco ordenado y adicto al alcohol. Ella trataba de administrarle el pequeño sueldo que ganaba en la CCE; y se ocupaba de su alimentación y aspecto físico. Realmente, no era una relación entre dos empleados de una institución, sino algo que bordeaba la preocupación maternal. Y si sabía que un libro le interesaba, lo tenía reservado en lugar especial. Le proveyó, por ejemplo, luego de su primer viaje a Venezuela, de todas las lecturas que Dávila requería para su monumental “Boletín y elegía de las mitas”.
Más allá de este aspecto impresionante de su personalidad, Laura Romo, dominaba de tal modo el mundo de la Biblioteca, que uno ni siquiera tenía que revisar el fichero, porque ella sabía, exactamente, en dónde estaba la obra buscada.
Cuando a inicios de la década del 80, inicié con mi esposa la investigación de la producción de Dávila Andrade, para la primera publicación seria que se hizo de esta -dos volúmenes que sumaban mil páginas-, con el auspicio de la actual UDA (entonces PUCE Sede en Cuenca) y del Banco Central del Ecuador, Laura fue un apoyo fundamental en mis búsquedas de textos, críticas y en el acercamiento humano al escritor.
Años después, le dediqué un cuento sobre Pablo Palacio: “La luz en el abismo”, que escribí en parte por los recuerdos diáfanos que ella tenía del gran escritor lojano, y por la humanidad y ternura con que evocaba a su esposa.
¡Ningún recuento sobre el hermoso tema de las bibliotecas estaría completo si faltara Ud., amiga inmortal!