Le tengo más miedo…

Le  tengo más miedo al hambre que al virus. Es una frase de una persona de los de a pie. No interesa saber de qué espacio geográfico es, pues da lo mismo. Son los excluidos históricos que pululan por el mundo y también son patrimonio ecuatoriano.

Ellas y ellos son los que viven del día a día, del rebusque, es decir de esa solución ingeniosa con que se sortean las dificultades cotidianas; de la recolección de plásticos; los que están en los basurales, nuestros “chamberos”, porque no tienen un trabajo fijo. Y porque la suerte les sorteó esa realidad.

Hemos leído y escuchado decir que somos desobedientes frente al estado de excepción por la pandemia. Una primera lectura es que  somos ariscos, díscolos, insubordinados, inconformes, esa es nuestra naturaleza. En otras palabras, nos cagamos en la tapa del piano, dice la abuela de la casa.

Cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer, lo escribió Gandhi, el ícono universal de la rebeldía y la paz. Entonces esa es una segunda lectura atendiendo la situación de miles y miles de personas del Ecuador profundo que tienen que desobedecer, caso contrario mueren de hambre.

Ellas y ellos no tienen tarjeta de crédito para poder recurrir al endeudamiento, eso está para la clase media; ergo ella no se muere de hambre, pero curiosamente es la más desobediente.  El tendero no existe para fiar. Los lustrabotas, los canillitas, los vendedores ambulantes, los que madrugan para vender café en carritos de madera y hoja de lata, los campesinos que son  obreros de la construcción están fritos, sonríe la abuela de la casa.

El acto de desobediencia como acto de libertad es el comienzo de la razón. Y en eso no nos podemos perder. No estamos en la línea de la desobediencia, pero si nos aproximamos a entender a los “barriga vacía” que los hay a millares surgir como el himno patrio. (O)

Publicaciones relacionadas

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba