OPINIÓN|
Desde hace algunas semanas que no nos hemos visto con los amigos comunes, con los que el fin de semana en los últimos tiempos y desde hace veinte y nueve años más o menos tomábamos café en el “Ágora del Dorado”, todos los días.
La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados, se comenta por ahí. Y en ese norte es que nos reencontramos con los viejos amigos, porque el café de ese espacio emblemático de la tertulia cuencana ya no lo pudimos tomar viéndonos a los ojos por la pandemia que también desoló nuestra ciudad y vació los espacios públicos.
Evocar no es morir, dijo el filósofo. El estado de excepción paralizó todo a su paso. El Hotel “El Dorado” que empezó a funcionar hace cincuenta años más o menos en los terrenos de la Curia de Cuenca y en donde estaba una capilla de los curas jesuitas, inició con la Cafetería Chordeleg, pero que con el paso del tiempo ese nombre se perdió y advino el “Café del Ágora del Dorado” por donde hemos circulado un centenar y algo más de cafeteros.
Ayer nomas uno de los asiduos cafeteros nos cuenta que “El Dorado” cerró sus puertas y por ende la máquina de pasar café como dirían los antiguos se paralizó hasta no sé cuándo. Eso nos lleva a la nostalgia porque en ese espacio tantas veces remodelado, se tejieron las mejores historias de la cuencanidad. Ahí, como en algún momento creo escribimos, se solucionaba los problemas del país, se ponía y derrocaba presidentes y se vaticinaba el triunfo o la derrota de un candidato, amén de que quien entraba o salía o pasaba por la vereda de la Gran Colombia era despiadadamente y con humor diseccionado por las mordaces lenguas de los buenos amigos. Aunque un cafetero dijo que en el “Ágora del Dorado” era el único lugar en Cuenca y en el país en donde los enemigos tomaban café juntos. Cierto es, dice la abuela de la casa, que también nació entre café y café. (O)