OPINIÓN|
Una extraña mezcla de tristeza, indignación, enojo e incertidumbre va envolviendo a un número cada vez mayor de familias ecuatorianas, ante la creciente ola de despidos y de aquellas llamadas “negociaciones” con los empleadores que dan como resultado ineludible, la disminución salarial. Las impresionantes desigualdades sociales que fueron encubiertas bajo eficaces procesos de comunicación, en ese macabro estado de propaganda que vivimos, han sido desnudadas de la manera más cruel y dolorosa por la Covid-19 que revela un país envuelto en espeluznantes redes de corrupción y en donde los fiscales tienen tanto trabajo como el personal médico, mientras sus autoridades toman decisiones inconstitucionales como son los recortes al presupuesto para la Educación. Aunque el “orden establecido” y el poder se sustentan en la amenaza y la culpa, la marcha de la Universidad de Cuenca da buena cuenta de la posibilidad de ejercer el derecho a la protesta bajo normas de bioseguridad que rompen el intento de establecer el miedo como arma de disciplina y domesticación social de la “autoridad amenazante” como dice don Claudio Naranjo. Un estudiante detenido da cuenta que el uso excesivo de la fuerza es el símbolo de un Gobierno que “dialoga” a palazos. (O)