Matías Abad Merchán
Desde hace miles de años, culturas de todo el mundo se entregaron a la observación de la naturaleza como fuente inagotable de sabiduría y verdad. En cada junio, en cada solsticio, nuestros valerosos antepasados franquearon las tinieblas y el frío, para encender la antorcha de lucha por la vida y el conocimiento.
Desde siempre el lenguaje de la naturaleza orientó la existencia del hombre y permitió su subsistencia.El ocaso quiere cobijarnos más temprano y nos trae una gélida y nostálgica oscuridad. Hoy el sol está más distante, no se inmuta y advierte -ofreciendo un mínimo de luz- que viviremos el día es más corto del año.
Desde los asentamientos más primigenios, durante el Solsticio de Invierno se celebra el “nacimiento del sol”, “el origen de la naturaleza”, “la noche del nacimiento de la luz” (Sol invictus). En definitiva, es el culto al presente que se manifiesta en un místico instante de eternidad.
“Recoge el viento una triste pena / y vuélvela primavera. / Luz, / ardiente sol que resplandece, / que brille en tu seno la aurora eterna.” (Lenin Córdova)
También es la época propicia para sembrar esperanza entregados a la fecundidad del sol divino, y confiar en que pronto vendrán los tiempos de cosecha.
El Sol rige el desempeño del hombre y su entorno. Con cada renacer del sol celebramos el inicio de una nueva etapa y de una nueva oportunidad. Hoy nos recogemos para explorar el microcosmos y así advertir diferentes verdades morales y espirituales que nos conduzcan a continuar con construcción de la obra suprema.
En lo íntimo de nuestras conciencias hacemos un balance del bien y del mal.
Hoy la tierra fecunda descansa, preparándose para proveernos de los frutos del mañana. Sembramos esperanza.
Así también debe ser la vida. Hagamos un alto indispensable a la rutina para ordenar nuestro tiempo, nuestros proyectos, nuestras aspiraciones. Redefinamos nuestras prioridades.
«En lo íntimo de nuestras conciencias hacemos un balance del bien y del mal».
Que nuestro mundo interior se concentre en meditar y reflexionar, pues gracias al diálogo incesante en el que la mente habla y el alma contesta podemos llegar a elevar nuestra condición y estar preparados para entender los misterios de la verdadera sabiduría.