OPINIÓN|
La elíptica que describe la tierra alrededor del sol provoca puntos de inflexión, conocidos como solsticios, puntos en que la tierra alcanza su mayor distancia al eje solar; y, equinoccios, los de mayor cercanía y perpendicularidad al eje.
Los solsticios, junio y diciembre, anuncian la llegada de verano e invierno; constituyen fiestas que todas las culturas, a lo largo del tiempo han relacionado con su estructura de mitos, credos y tradiciones.
Los pueblos celtas del norte de Europa, por ejemplo, encendían grandes hogueras en la víspera del solsticio, con el objetivo de ayudar al sol a remontar las tinieblas, así como para ahuyentar a las brujas que pasaban de camino a su aquelarre.
La fiesta de San Juan, fue el sincretismo con el cual la tradición cristiana adopto el rito pagano, las hogueras se resignificaron como el anuncio que hacía Zacarias del nacimiento de su hijo.
En la noche más larga del año, cuando el sol emerge desde el trópico de cáncer (en el hemisferio sur); es, el Inti Raymi de las culturas andinas que conmemoran la fiesta sagrada del sol, la fiesta en que la solidaridad y la reciprocidad convocan el equilibrio de los principios cósmicos: el Hananpacha, Kaypacha y Ukupacha.
Aquí, en los andes, el sincretismo cristiano se consolidó alrededor de la fiesta del Corpus Christi, que conmemora la instauración de la eucaristía, “el primer jueves después de la octava de Pentecostés”; y, que se remonta a la Bula del Papa Urbano IV, firmada por el pontífice en agosto de 1264.
Las culturas caminan el tiempo, se tocan, se entrelazan, se proyectan desde dentro y se resignifican, robusteciendo sus contenidos; los solsticios son fiestas ancestrales de múltiples lecturas, cuyo conocimiento nos regala perspectivas diversas de credos, símbolos, códigos y saberes de los pueblos y su transitar por la historia. (O)