EDITORIAL|
Pese a los problemas que vivimos, la explosión demográfica del planeta que casi ha cuadruplicado la población a partir de la mitad del siglo pasado, demuestra que ha habido importantes avances en el mundo. Hay necesidades básicas como agua potable, servicio eléctrico, salud, educación que han progresado en el sentido de que son accesibles a un creciente porcentaje de la población, pese a la inexplicable y enorme diferencia entre los países en su nivel de desarrollo económico y humano. Ni de lejos hemos llegado a metas optimistas como la eliminación de la pobreza extrema, pero se ha avanzado, pese a que el acelerado crecimiento poblacional incide en el de la satisfacción de necesidades.
En nuestro país podemos constatar este proceso en cifras como la sustancial disminución del analfabetismo. El acceso al agua potable, en distintas formas, ha progresado al igual que a la electricidad, hasta hace no mucho tiempo circunscrita a las áreas urbanas; los progresos tecnológicos han contribuido al cambio e inventos como los transistores, han mejorado la comunicación considerando que el costo de aparatos es reducido, superan el aislamiento nacido de nuestra complicada orografía. Ni de lejos pensamos que hemos llegado a metas deseables, pero algunos cambios que hemos comentado son fenómenos mundiales.
Se dice que las necesidades crecen a medida que son satisfechas. La informática y el internet que se generalizaron en las últimas décadas del siglo pasado, se han expandido con amplitud. La pandemia que vivimos ha “obligado” a que la educación formal se realice por este sistema y ha funcionado razonablemente, pero ha demostrado que en algunas áreas no hay o es en extremo complicado acceder a él. Con las variaciones del caso, se trata de una necesidad casi tan importante como el agua potable o la electricidad, lo que hace que las políticas del sector público se proyecten a subsanar estas falencias, ya que la educación es un derecho esencial.