«Nada que celebrar» para los indígenas de Suramérica en su día internacional

«Nada que celebrar» y mucho que exigir es el sentimiento compartido entre los cientos de etnias nativas que habitan en Suramérica para este domingo, día internacional de los pueblos indígenas, al que las consecuencias de la pandemia de la COVID-19 sustraen cualquier conmemoración festiva.

«Hace 26 años que se decretó este día de los pueblos indígenas (…) pero esta pandemia está revelando su abandono total y esos derechos reconocidos hace ya casi 30 años que no se cumplen», aseguró a Efe Gregorio Díaz Mirabal, presidente de la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA).

Son más de 20 millones los indígenas que perviven en Suramérica y representan a casi el 5 % de la población de la región, repartidos en unas 420 etnias, algunas bajo un peligro de extinción inminente como los isconahuas o los awá.

Pese a que Brasil es el país poblado del continente (210 millones de habitantes), su censo registra unos 900.000 indígenas. Los países suramericanos más poblados de indígenas son Bolivia y Perú, con más de 6 millones cada uno; seguido de Chile, con 2,2 millones; Colombia, con 1,9 millones; y Argentina con unos 955.000.

La mayoría habita en zonas rurales y remotas donde a veces la presencia del Estado es mínima y acceder a servicios básicos una odisea, como quedó al descubierto cuando el coronavirus ha ingresado con toda su virulencia en sus territorios. En la Amazonía puede tomar varios días de navegación por río llegar a un centro de salud.

«La pandemia ha matado la política hacia los pueblos indígenas que quizás nunca existieron más allá del papel. Ha desnudado la crisis estructural de nuestros gobiernos. Si no atienden a las ciudades, imagínate cómo están de abandonados los pueblos indígenas», indicó Díaz Mirabal, del pueblo wakuénai kurripako.

PÉRDIDA FÍSICA Y CULTURAL

Junto a las reivindicaciones para que se cumplan esos derechos, el luto y el dolor marcan también esta jornada por las muertes que reducen su población, y desde el Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas (ECMIA) hubo el viernes una ceremonia de sanación transmitida en redes sociales en honor a las víctimas.

Hasta este martes el coronavirus había contagiado a 34.598 indígenas de más de 200 etnias amazónicas y habían fallecido al menos 1.251, según el registro que lleva desde el inicio de la pandemia la COICA, que agrupa a las federaciones indígenas de los nueve países que comparten el llamado pulmón verde del mundo.

Las cifras probablemente sean mayores si se tiene en cuenta que la mayoría de países no ofrece datos concretos de la afectación en pueblos nativos, pese a los constantes pedidos de las organizaciones indígenas, y de que muchos migraron a las ciudades, donde no son reconocidos como tales.

«Estamos hablando del exterminio físico y cultural, pero la falta de diálogo está demostrando racismo y discriminación institucional hacia nuestros pueblos. No existe hasta el momento en la cuenca amazónica una política pública de atención con enfoque diferenciado hacia los pueblos indígenas», denunció Díaz Mirabal.

LUTO POR VÍCTIMAS

El mapa de la Amazonía que semanalmente actualiza la COICA está cada vez más lleno de puntos rojos indicativos de coronavirus. Ha llegado hasta las reservas naturales para indígenas en aislamiento voluntario, como en Perú, donde hay 67 nahuas infectados, un pueblo que en los años 80 ya perdió a la mitad de su gente por la gripe.

Algunos pueblos se quedaron huérfanos de los líderes que mantuvieron a su gente unida y concienciada para defender su cultura, lengua, patrimonio natural y, sobre todo, los derechos sobre sus tierras frente a invasiones.

En Brasil, el coronavirus arrebató al pueblo kayapó a su líder Paulinho Paiakan. A los xingus les quitó al gran cacique Aritana Yawalapiti, y también se llevó a Messías Kokama, considerado el principal líder indígena de un barrio íntegramente nativo en Manaos, la capital del Amazonas brasileño.

En Perú se lloró la partida del awajún (jíbaro) Santiago Manuin, protagonista de las violentas revueltas indígenas del «Baguazo» en 2009. Sobrevivió a ocho disparos en ese episodio y a un juicio donde se le acusaba de la muerte de doce policías, pero no pudo con la COVID-19.

«Cada vez que se va alguien de ese tamaño se van millones de conocimientos y muere parte de nuestra identidad. Es como si se cayera la catedral de Notre Dame», lamentó Díaz Mirabal.

«Ya hemos hecho tres llamamientos a organismos nacionales e internacionales y nos dimos cuenta de que estamos solos y abandonados. Ante la falta de respuesta solo queda la movilización para exigir justicia por los fallecidos y contagiados», agregó.

VULNERABLES A AMENAZAS DE SIEMPRE

Durante la pandemia han continuado además el resto de amenazas ya rutinarias que enfrentan los pueblos indígenas y, en algunos casos, incluso se han recrudecido.

La emergencia no ha detenido los asesinatos de indígenas que defienden sus territorios de invasores que buscan sus tierras para cultivos, narcotráfico, tala ilegal o minería ilegal, ni tampoco los planes para ciertos proyectos de hidrocarburos.

Menos aún la violencia, como la violación sexual de un grupo de militares a una niña indígena emberá en Colombia, lo que provocó la indignación y las protestas de los nativos en pleno confinamiento. EFE

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(foto) (video)

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