EDITORIAL|
Una de las secuelas de la pandemia es acrecentar la desigualdad en la calidad de la educación, especialmente en los niveles bajos del sistema educativo. Aquellos establecimientos públicos y privados que tienen buen equipamiento para educación a distancia están trabajando. Aquellos que carecen de esos recursos están bajando de calidad pese a los esfuerzos de docentes y estudiantes. Igual ocurre con los estudiantes. Aquellos que tienen posibilidades económicas para disponer de tecnología se encuentran – por supuesto- en mejores condiciones de aprender que aquellos que carecen de esos materiales. En muchos de los sectores rurales la situación es extremadamente crítica pues no llega el internet y los niños sufren las consecuencias.
El problema es mayor si partimos del hecho de que la pandemia durará todavía por bastante tiempo. La ilusión de una vacuna segura y probada hasta finales de este año se esfuma y la Organización Mundial de la Salud hace notar que no estará disponible para todos los sectores hasta uno dos años más. La situación económica de países como el nuestro es crítica y nada permite pensar que el Estado dispondrá de recursos mayores para asignarlos a mejorar la calidad de la educación, dotando de infraestructura tecnológica a niños y jóvenes de bajos recursos.
En medio de ese contexto negativo hay luces de esperanza generadas por la solidaridad de algunas personas y de empresas, así como de instituciones que se encuentran brindando apoyo a estudiantes de escasos recursos a través de facilitarles el uso de computadores y desde luego de acceso gratuito al internet. Ojalá esa solidaridad crezca y en distintos lugares del país, personas e instituciones tanto públicas como particulares se hagan presentes con similar ayuda. Es una forma de actuar y no solamente de hablar de solidaridad con quienes más requieren hoy de esa ayuda.