OPINIÓN|
Ser bachiller y aspirar a la universidad puede llegar a ser una exigencia demasiado compleja para nuestros hijos y los hijos de alguien más, quienes en medio de un proceso defectuoso y experimental, llegan a palpar una de las decepciones más fuertes de su vida.
Estos estudiantes del limbo son los mismos que entre sueños y dedicación fueron construyendo de a poco su proyecto de vida, jóvenes a quienes la indolencia del sistema les plantó la semilla de la corrupción, la misma que antagoniza el discurso político de excelencia en la educación.
Muchos aspirantes lo tomarán con ligereza porque desde su extraordinaria frescura pensarán que siempre queda una oportunidad más; otros en cambio, lloran desconsolados al ver como su profesión se va de las manos.
Público o privado, un sistema recalcitrante que asienta cada vez más las brechas sociales y de género mientras el control y poder pisotea con el ímpetu constante a la voluntad mayoritaria.
Parlotean de transformar la educación, de dar oportunidades a los jóvenes, de cambiar al país; en verdad no entiendo, esto no es más que burlar la ilusión de quienes sí quieren ser más de lo que ya son. (O)