OPINIÓN|
“De bruces husmeando,
rastreando unas huellas,
penetra el corazón por galerías
que un vahído de sangre subterránea
horadó alguna vez
y ahí quedaron” (Anónimo)
Un día alguien dirá de mí que pasé, conocerá mi imagen en un retrato de familia, quizá sabrá mi nombre hecho de cal, conjuro con el que mi padre desgarrando su tristeza de orfandad temprana exhumó a su madre muerta, en una nieta ya lejana, encontrará mi parecido en los ojos, en la boca, en la manera de mirar la vida y en mis andares solitarios por la orilla escuchando el rumor del río en ese campo inolvidable donde me acariciaban la neblina, los colores brillantes del arco iris, gozando con el rumor del viento que agitaba las espigas, con el sonido de los cascos del caballo pisando la gavilla y con las noches encantadas de fantásticas luciérnagas, jugando a contar fugaces estrellas…
¡Cómo ha volado el tiempo! ¡Llegaron los hijos siete veces floreciendo mi vida en cada prodigio y el último que a mi otoño le volvió primavera!
Como hojas secas levantadas por el viento llenando de imágenes esa soledad de añoranzas, repetiré las palabras de Job “He ahí que pasan
pronto los años y recorro una senda que no he de volver”. (O)