EDITORIAL|
Innumerables opiniones se han dado en los últimos meses sobre el enigmático corona virus en todo el mundo, ya que este virus dañino no tiene fronteras, lo que le convierte en un “ciudadano” universal. Al margen de los debates médicos y teorías científicas, ha cobrado especial interés su impacto en el ordenamiento económico por los efectos negativos, que ha generado una situación de crisis que, además de los efectos del confinamiento, se verán en el futuro. Como ocurre siempre, los medios de comunicación han enfatizado en los efectos negativos, con eventuales acotaciones sobre factores positivos que todo fenómeno tiene en el ordenamiento social y político de los ciudadanos.
Si nos circunscribimos a nuestra ciudad y a un hecho local: el bicentenario de independencia, es posible ejemplificar casos concretos. De alguna manera hay una pérdida en el espíritu cívico al haber echado por tierra la solemnidad y preparación antes de la pandemia que anunciaba muchísimos actos. El largo feriado limitado ha hecho que haya una serie de perdedores reales en todos los niveles; por citar casos, además de las empresas de turismo, los vendedores pequeños que hacían negocio en estas fiestas como los de flores en los cementerios el día de difuntos, los callejeros de la colada morada, los que algún dinero hacían con los visitantes que llegaban a las fiestas. La pobreza del pobre se acrecienta.
Muy reducido es el número de ganadores económicos como fabricantes y vendedores de mascarillas y entregadores a domicilio de productos. Si hablamos de ganancias, hay que considerar no sólo lo económico. Al margen de protestas y expresiones de insatisfacción, las oportunidades para la autodisciplina, reordenamiento de la vida y análisis de valores e ideales. El ejercicio de la disciplina posibilita superar la superficialidad. La solidaridad puede convertirse en acciones reales, no espectaculares pero efectivas. Pensar en el sentido de la vida y la aceptación de infortunios es un enriquecimiento no monetarizado.