Las discretas celebraciones sociales por el bicentenario emancipador de Cuenca, deben impulsarnos a profundizar el supremo legado de quienes no escatimaron sacrificios para alcanzar la libertad. Su presencia eterna está plasmada en el monumento al héroe-niño, Abdón Calderón, como símbolo de la lucha cotidiana que la vida nos exige. Precisamente ahora cuando se acumulan los conflictos, y deberemos tomar decisiones en las urnas sobre el futuro del país.
Estos recuerdos gloriosos alcanzados con inmensos sacrificios, no están exentos sin embargo de altibajos que recoge la historia. Simón Bolívar, libertador de cinco naciones, sintió el fracaso en su destierro de Santa Martha: ”he arado en el mar”; pero a la vez la esperanza de transformar las dificultades en oportunidades: “si mi muerte contribuye a calmar los ánimos y reconciliar los pueblos, bajaré tranquilo al sepulcro”.
Palabras que esta ocasión pueden recoger Cuenca y Ecuador en general. Es que hay tantos hechos que aparentan fracaso: pobreza, corrupción, intolerancia, traiciones, abuso del poder, debilidad democrática, confrontación; pero también la voluntad personal y colectiva de superarlos mediante el esfuerzo, la creatividad, el trabajo, el diálogo. Y el aliento nos viene igualmente del inmortal escritor y político guayaquileño José Joaquín de Olmedo: “quien no espera vencer, ya está vencido”.
Si la pandemia, la precaria economía, los quehaceres previos a una campaña electoral, frenan la voluntad de celebrar a lo grande dos siglos de emancipación, hagamos nuestros los valores legados por los patriotas en su lucha contra la dominación extranjera, que persiste desde otros rincones de la tierra. Porque el colonialismo en lo económico y social no ha desaparecido, al contrario parece reforzarse más acentuando las desigualdades. (O)