Cuando conmemoramos el Bicentenario de la Independencia de nuestra ciudad, en condiciones tan anómalas por obra del coronavirus, que no habrá desfiles ni otras manifestaciones públicas de celebración que no sean las virtuales, vale la pena ponerse a recordar las fiestas del Tres de Noviembre, de allá en nuestra infancia y juventud.
El Tres de Noviembre de cada año, era aguardado con expectación por la ciudadanía, en aquella ciudad pequeña para la cual la llegada de un circo era todo un acontecimiento, que preparaba a las familias para ir “de punta en blanco” a mirar desde las diversas filas de asientos a domadores de fieras, payasos, trapecistas, equilibristas, motociclistas sin par, girando dentro de una esfera de hierro ante los aplausos, y a veces los sustos, del respetable público que llenaba las hileras de las carpas circenses.
Claro que las fiestas no eran para todos, ni mucho menos, en cuanto a pagar entradas a circos o juegos mecánicos, ya que las familias que carecían de medios, tenían que limitarse a contemplar tras las vallas a las hileras de alegres muchachos y adultos que iban a mirar lo que ellos no podían ver, lo cual causaba lástima a los asistentes a los espectáculos pagados, pena que se disolvía en la expectación de los números, porque como seres humanos que somos, pronto olvidamos las desdichas ajenas.
Un número, este sí democrático, aunque a la luz de las concepciones actuales de la ecología y preservación del medio ambiente, totalmente aberrante, era el que se daba mediante el recurso de tirar barbasco aguas arriba del Tomebamba, para que los aturdidos peces floten en la corriente y legiones de jóvenes y mayores, niños y amas de casa, se echen a río para capturar la “milagrosa pesca” que llevaría por lo menos una vez al año, deliciosas truchas a sus platos, y gratis.
Los desfiles cívico-estudiantiles, era otra atracción gratuita, libre del actual gentío que en ocasiones impide mirar el espectáculo, y también desprovista, casi por completo, de la acción de los carteristas y más ladrones que hoy roban preferentemente celulares costosos de sus propietarios. Como antes no había estos adminículos tecnológicos, y los antisociales eran más raros que una golondrina en verano, se podía disfrutar, aunque sea “sin medio en el bolsillo” de las fiestas del Tres de Noviembre de antaño. (O)