La población de adultos mayores (más de 65 años) avanza con rapidez. Según el censo de 2010, en Ecuador, este grupo era de 940.905 lo que representaba el 6,6% de la población total. Según la proyección del INEC, la población en este año sería de 1,3 millones, es decir, un 33% más que en 2010. Esto significa que se estiman 28 adultos mayores por cada 100 niños menores de 15 años; mientras que, en 1950 se registraban apenas 13, por lo que es importante conseguir, no solo una esperanza de vida mayor, sino, también, mejorar varios aspectos referentes a la calidad humana.
La ciencia aporta en la consecución del bienestar en el envejecimiento, pero, aún, no hay acciones como aprovechar las facultades cognitivas, psicológicas, físicas y sociales para que este grupo de pobladores sea exitoso y, en consecuencia, logre una adecuada calidad de vida.
Para empezar, es necesario descartar prejuicios de que la vejez se relaciona con enfermedad, senilidad, demencia, pobreza o fragilidad. El adulto mayor, igual que cualquier otro individuo, experimenta con satisfacción la vida y, también, requiere adaptarse a las situaciones cambiantes, por lo que su vejez debe ser percibida de manera positiva, no dolorosa.
Según la meta de cada individuo y de sus posibilidades, aspectos como: espiritualidad, nutrición, actividad física, educativa, recreativa; otras de integración familiar, social, cultural o trabajo productivo, pueden contribuir a mejorar el bienestar y el estilo de vida, lo que repercutirá en menores riesgos para su salud física, mental, emocional y social, gracias a esta inclusión. Por lo tanto, es necesaria una visión integral del ser humano, que, por su diversidad, implica considerar aquellos aspectos biológicos, pero, también, sus capacidades, habilidades y potencialidades. (O)