Cumplió 95 años, y desde esa distancia temporal, podemos mirar y admirar su legado al arte cuencano. Su inseparable compañera, la acuarela, está presente en un elevado número de cuadros en los que luce su espíritu profundo, tierno, sutil, hermanado con el entorno físico y humano en el que ha fluido su vida. Su obra pictórica es testimonio más que suficiente para ganarle un sitial en la historia de nuestro arte, pero su dinámica interna, su compromiso social y su cuencanidad a toda prueba, han hecho que se proyecte a cambios profundos en el ordenamiento colectivo del arte pictórico.
Muchas son las actividades que consagró en este campo, me referiré a dos que han perdurado y anuncian larga vida: su entrega al Museo de Arte Moderno y la creación de la bienal de pintura. Un museo no es un mero depósito de obras de arte, tiene una dinámica de compromiso que opera mediante la dirección y secuencia de exposiciones. La bienal de pintura, utopía “irrealizable”, se hizo realidad gracias a su persistencia y desafío a los “imposibles”. Cuenca, considerada tierra de poetas y escritores, irrumpió en el mundo de la pintura, gracias a esta institución que ha perdurado y ha cobrado renombre internacional.
Quienes compartimos su amistad, disfrutamos de la riqueza de su espíritu y actitud frente a la vida, detrás de su apariencia externa que alguien la calificó de “arisca”. Su visión de la realidad fluye como un torrente en el que la agresividad del agua alterna con apaciguantes mansedumbres. Su sentido del humor consolida su vida y la de sus amigos, ya que, para ella, el humor da seriedad a la existencia.
Aplaudo entusiasta la decisión municipal de celebrar sus 95 años con exposiciones de pintura, ya que el arte y su difusión es la esencia de su vida. (O)