Los recientes triunfos, sean en deportes individuales o colectivos, conseguidos por deportistas ecuatorianos, reactivan el ánimo, la fe, dan alegría. Al mismo tiempo, los jóvenes que los practican se constituyen en espejos para que nos miremos todos.
Todos vibraron, día tras día, con en el pedaleo de Richard Carapaz en una de las competencias ciclísticas más duras del mundo: la Vuelta a España, como lo hizo en 2019 en el Giro de Italia. Subcampeón y campeón, en su orden.
Casi a la par, Miryam Núñez, en el país donde el ciclismo, después del fútbol, es altamente competitivo, levantó la bandera ecuatoriana al ganar la Vuelta Femenina a Colombia 2020.
Para una deportista que confiesa no tener dinero para comprar una bicicleta propia, esta victoria la hace más grande, y su título adquiere calidad de proeza.
Verlos asidos a los timones de sus bicicletas y pedaleando hasta el límite del cansancio para cruzar la meta y alcanzar la gloria, los dignifica en lo personal, a sus familias, a la tierra que los vio nacer; al igual que a todo el país, e impulsa a otros deportistas que quieren seguir sus ejemplos.
Y qué decir de la Selección de Fútbol. Después de traspiés en lo directivo, en lo disciplinario, en la dirección técnica, en no creer o creer poco en la renovación, los jóvenes escogidos, más allá de si clasifican o no al Mundial -que sería lo ideal-, acaban de mostrar cuánto pesa la actitud, el poder, el orden, y ese afán por vencer, incluyendo a los incrédulos y contradictores.
Estas victorias, que Ecuador lo hace suyas, como lo hace las de otros jóvenes que triunfan en la literatura, la ciencia, la tecnología, las artes, son motivaciones colectivas. Y lo son, justo en momentos en que urge la reactivación económica, pero, al mismo tiempo recrudece la inconducta ciudadana para contener a la pandemia, y se atisba una campaña electoral cuyo ganador ojalá sea producto de la inteligencia de los ecuatorianos y digno de asumir el pódium del poder.