Hay que unirse, no para estar juntos, sino para hacer algo juntos, la frase de Juan Donoso Cortés describe la solidaridad como actitud, como forma de conducta, como modelo de comportamiento, la describe como promesa, como ilusión, como compromiso…
Diciembre es solidaridad; solidaridad es optimismo e ilusión; propósito y compromiso; diciembre es, en imaginario social (más allá de la bulla del marketing y la vorágine de la publicidad desatada por la gula de los mercados), un segundo de profunda reflexión que nos cobija en la ilusión de volver a inventarnos.
Diciembre es ilusión, Voltaire la describe como el primero de todos los placeres, el combustible de los sueños; el despertar de la esperanza, el color del árbol, la fragancia del pesebre, la sonrisa de los hijos, el aroma de la cena.
Diciembre es devoción, esa emoción con que asistimos a cada sesión preparatoria de aquella Novena compusiera en el siglo XVIII por Fernando Larrea; ese pequeño momento de predica, plegaria, reflexión, cánticos y un ágape cargado de nuestras tradiciones; diciembre es la devoción con que nos convocamos para recordar, cada 24 de diciembre, a nuestro niño viajero, aquel que, en 1961, visitó Belén y recibió, en Roma, la bendición del Papa Juan XXIII.
Diciembre es renovación, el símbolo del triunfo de la luz; la promesa de la redención que sucede en la conciencia plena del ser que se vence y edifica a sí mismo, diciembre es renovación desde la promesa del ungido, el Cristo Solar que trae la buena nueva y es el camino de la comunión, el sentido de la religión.
Diciembre es optimismo, alegría, propósito, compromiso; diciembre, en la cornisa del tiempo nos convoca a reinventarnos en la promesa de empezar, empezar de nuevo, empezar distinto; renovación y propósito, diciembre es la promesa que nos recorre y llena desde lo más profundo y emerge en una sonrisa. (O)