Son días de recordación del nacimiento de Jesús. El mensaje que nos dejó ilumina para siempre la historia humana con la luz de la verdad y de la fe. Encontrarnos en nuestro mundo íntimo es el primer paso, porque significa comenzar a ser nosotros mismo, en cada latido y en cada idea. La autenticidad de la vida es precisamente poner de manifiesto en nuestros actos, la capacidad de servir y trabajar por el bien común. Lo dicho parece ser un acercamiento demasiado optimista frente a las realidades trazadas por el egoísmo y la avaricia, que son los componentes de un mundo social en el que prevalece la inmisericorde vigencia de la ley del más fuerte con sus características de dominación y marginamiento de millones de personas que padecen del hambre y de las condiciones negativas que imponen los poderes fácticos de la exclusión.
Hoy mismo con la pandemia, de los más de siete mil millones de seres humanos que integran la población del planeta, más de setenta y seis millones de contagiados sufren sus efectos y son más de un millón seiscientos mil fallecidos, este cuadro de desolación, agrava el hambre que afecta a múltiples sectores del mundo entero, la miseria es más acuciante que nunca, para muchos el desempleo aflige a más sectores en todos los países, siendo la desnutrición, el analfabetismo y la incertidumbre los detonantes de la inseguridad social.
Este cuadro nos trae a nuestra conciencia la necesidad de retomar los caminos de la esperanza y de la fe. Debemos tener presente que en cada amanecer el milagro de la vida nos convoca a seguir trabajando por el cambio que la Navidad anuncia. (O)