Hombres, mujeres y niños, jóvenes y adultos desaparecen en el mundo todos los días engendrando un dolor inmenso en las familias que los pierden, angustia indecible, desgarradora, de no saber el destino o el fin de sus seres queridos.
El fenómeno cunde produciéndose a veces voluntariamente, otras por trágicos accidentes, pero también por acciones forzadas y perversas.
Gente que abandona su casa, su familia, huyendo de alguna circunstancia adversa que no quieren afrontar, o en búsqueda de oportunidades de trabajo y de mejora económica, pero se ignora a dónde fueron, en qué parte están. Emigrantes que dejan la ciudad y la patria y no se sabe su paradero, ni siquiera si llegaron a donde pretendían ir.
Accidentes conmovedores de naves que desaparecen con tripulantes y pasajeros, como los de los aviones que enlutaron varias veces a Cuenca, o la tragedia del submarino argentino en los últimos días.
Hay desapariciones impuestas por violencia, por secuestros en búsqueda recompensa por extorción y hasta de tráfico de niños y menores; por acciones nefastas para ocultar víctimas con el ánimo de no dejar rastro de otras atrocidades.
Ha habido desapariciones genocidas por terrorismo paramilitar y de los propios Estados, eliminando opositores con fines disuasivos e intimidatorios.
El fenómeno siendo social y público en el mundo, clama compromisos serios no solo para evitar sus motivaciones, sino para alentar la búsqueda solidaria de los perdidos, pensando ¿qué seríamos capaces de hacer, si el dolor de una desaparición nos afectaría personalmente? (O)