Esta Semana Santa ha pasado sin sábado de gloria y fiesta de guardar; desaparecidos los ritos a partir de la pandemia, huérfanos y a solas con los recuerdos, hemos encendido los cirios de la memoria, para revisitar las siete iglesias de los pueblos y la procesión de los encapuchados en la capital; el ayuno y la fanesca del Viernes Santo y la música clásica todo el día, en pos del arrepentimiento oportuno.
Es verdad que estamos hablando de ciertas prácticas y ritos desaparecidos antes de la peste pero, de alguna manera, nos quedaba la libertad de elegir. Hoy las nuevas cepas del corona virus (viacrucis pandémico incluido), han obligado a las autoridades a frenar a los irresponsables y declarar el toque de queda como única solución ante la estampida.
Así, vamos accediendo a esta nueva forma de coexistencia en la que las fotos o ciertos sabores nos obligan a mirar hacia atrás, como la mujer de Lot en la Biblia. Rituales que desaparecen y provocan mayor aislamiento y como consecuencia la soledad; inéditos y bautizados a sangre y fuego, no podemos ni siquiera acompañar a nuestros muertos.
Mala cosa, amigo mío; por ello acudimos, una vez más a Santa Teresa con sus versos “nada te turbe/nada te espante/ todo se pasa/ Dios no se muda/ la paciencia todo lo alcanza/quien a Dios tiene/nada le falta/ sólo Dios basta” y responderemos “Así sea”. (O)