En una velada cultural en la Fundación ANDAR en Ibarra, una banda del Valle del Chota, entre “bomba” y “bomba”, nos emocionó hasta el ensueño, con una canción dramatizada, “El ferrocarril”, evocación de las impresiones y asombro de la gente afro descendiente del lugar al paso del primer tren, melodía que alcanzaba el éxtasis en los coros: Huuu, huuu, huuu, el ferrocarril; el ferrocarril…. El tren está profundamente enraizado en la memoria popular, pensé.
De ensueño en ensueño volví a las canciones de mis nietos: ferrocarril carril, carril, carril…, y a la fiesta de la llegada del primer tren a Cuenca, ese día todos los caminos conducían a la estación ferroviaria de Gapal; a los viajes por tren y auto ferro al Tambo e Ingapirca; al embelesamiento de los campesinos de Gallorumi, San Pedro y Coyoctor, que interrumpían sus labores para ver e imitar los sonidos, el ritmo y cadencia del “enorme ciempiés de fierro” arrastrándose entre los sembríos; sus chanzas y anécdotas, hasta que se perdía en el horizonte. También vienen a memoria, los aciagos días de “La Josefina”, la destrucción de la línea férrea y la indiferencia por su recuperación y más bien la premura para su aniquilamiento cambiando de uso su infraestructura. Como casi siempre, esta vez, tampoco se contó con el sentir y las aspiraciones de los sectores poblacionales que tenían en el ferrocarril una oportunidad de progreso y desarrollo sostenido.
Más allá del servicio a las comunidades campesinas australes que es innegable, del traslado de carga y transporte en general; de las posibilidades educativas, agrícolas, artesanales y culturales, su recuperación y puesta en valor podría, también, dinamizar la economía regional dando un impulso al turismo, con un tren turístico Cuenca – Ingapirca, por ejemplo, cuyo recorrido y destino tienen mucho que ofrecer como, paisaje, folklore y arqueología. (O)