En los países del hemisferio norte el verano es la estación en la que se dan la mayor parte de vacaciones en centros educativos y de trabajo. En nuestro país, cuya condición ecuatorial elimina las estaciones, los períodos vacacionales difieren en la costa y la sierra. En escuelas, colegios y universidades profesores y estudiantes esperan con especial interés este período, como una pausa en la que el descanso desplaza a los estudios y el trabajo: con frecuencia este período de descanso se aprovecha para temporalmente cambiar el lugar en que se vive e ir a otros para que el cambio que se acentúe la diferencia con la vida cotidiana con predominio de distracción.
Es un error creer que el encanto de las vacacione radica en “no tener que hacer nada”. La interrupción de las rutinas positivas del estudio y del trabajo no radica en la inacción. La vida humana se caracteriza por la permanente actividad que, en condiciones normales, depende de un ordenamiento preestablecido en el trabajo lo que, de alguna manera, implica cumplir órdenes y, a gusto o disgusto, observar normas. En las vacaciones cada persona es dueña de su tiempo y, dentro de condiciones y limitaciones diversas, puede usar de él a voluntad posibilitando una serie de actividades vinculadas con el placer que en la normalidad de la vida están limitadas por el orden establecido.
Un componente posible de estos períodos es aprender a usar el tiempo por cuenta propia, mediante la posibilidad de escoger entre diversas opciones, o recurriendo a la creatividad que es propia de nuestra condición y que todos, de diversas maneras y con orientaciones distintas, la tenemos. Para algunos, la comodidad en la vida radica estar plenamente sujeto a normas establecidas que limitan o “ahorran” iniciativas y esfuerzos mentales, pero lo más importante es incentivar y poner en práctica la creatividad que parte de algo aparentemente elemental: escoger entre opciones. Las vacaciones nos dan la oportunidad de aprender a usar creativamente el tiempo de que disponemos.