El oro verdadero, el que vale y tiene sentido, descansa en la armonía, felicidad y unidad de una población. En el compartir. En los amplios jardines de mirarnos juntos. Rebasa las ambiciones, resentimientos y yoísmo puro.
El latón, por ejemplo, también puede ser disfrutado y con alegría, unidad, felicidad y una población, barrio, vecinos y amigos invitados a hacerlo; es decir no arrebata su justa emoción, expectativa y sentido de Patria. El oro es un metal precioso que brilla bien, el latón tiene aleaciones de cobre y zinc pero que puede usarse libremente, con tranquilidad por cualquier lugar y nadie robará la emoción de portarlo o llevarlo junto a los demás. De hecho, más veces en la historia se han compartido objetos y piezas de latón. El oro, ha sido causa de guerras y batallas. En los últimos tiempos de pertenencia egoísta y no de un país.
Cuando la emoción es frustrada por las rencillas del pasado, la mirada infravalora lo que realmente debe ocupar el lugar principal que es la emoción y alegría compartida. Pues, no tiene sentido cuando se intenta que ésta sea individual o para uno -por más esfuerzo propio- sino cuando guarda armonía con el compartir y vivirla con el otro, con el cercano y lejano, con el país.
Así, el oro verdadero no es un objeto ni el mérito rencoroso, al contrario, es la dimensión más amplia de lo humilde que trasciende, de lo humano que se eleva, del espíritu que comparte y de una vida que entiende de lazos y sentido de unidad. Por supuesto del esfuerzo para el logro, pero no para el individualismo.
Entonces, el carrito viejo de latón vale más, cuando con él todos nos sentíamos parte y llegamos a la meta en aquella competencia de barrio. (O)
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