Privatizar, concesionar activos estatales, extractivismo, preferencia hacia el sector productivo y financiero, dependencia de los multilaterales, economía de mercado, en síntesis, constituyen la esencia, el ADN del neoliberalismo. Aún sabiéndolo, sectores indígenas y campesinos, al igual que ciertas organizaciones sociales dieron su voto al presidente Lasso.
Primó el anticorreísmo y la preferencia izquierdista por su antítesis ideológica, para victimizarse e imponer su agenda programática. Como parecen no conseguirlo acuden a las protestas callejeras, apenas cuatro meses después de haber tomado esa decisión en las urnas.
La respuesta gubernamental también se ajusta al mencionado axioma popular, porque no todo lo que propone es malo. Destacable por ejemplo aprovechar las riquezas del subsuelo; buscar nuevas fórmulas laborales; ampliar la oferta académica; incentivar las carreras intermedias. Hasta el momento sin embargo ha tomado decisiones dirigidas a sectores pudientes, como rebajar aranceles para las importaciones; suprimir parte del impuesto a la salida de divisas; no congelar el precio de los combustibles; tampoco bajar los intereses bancarios.
He aquí síntomas de que la democracia representativa ecuatoriana y continental, está debilitada; no así la participativa cada vez más generalizada, inmediatista y hasta violenta. Este desbalance origina en buena medida los desfases entre autoridades y sociedad civil, la cual exige consultarle todo, creando efectos contraproducentes que inmovilizan un país.
Este ambiente torna poco confiables los diálogos entre el gobierno y la Conaie, por ejemplo, pues las exigencias del conglomerado indígena-campesino son irreductibles, mientras el gobierno exigirá ajustarse al plan con el cual fue escogido por el pueblo. (O)