La entrega del premio Nobel Literatura de este año a dos periodistas de Filipinas y Tanzania por usar su talento y ejercicio para defender el derecho a la libre expresión, nos invita a reflexionar sobre las múltiples dimensiones y orientaciones de la literatura que no se limita a ficción y expresión emocional, sino que puede considerar el bienestar colectivo fundamentado en el ejercicio de la libertad dentro del contexto democrático de la mayor parte de Estados del mundo contemporáneo. Una de las razones de ser del periodismo –en el caso que comentamos escrito- es estar alerta ante violaciones de derechos básicos que atentan contra la dignidad humana, en este caso la libertad.
La libertad, basada en las diferencias de los seres humanos, es esencial a la democracia y lo ideal sería que los que ejercen el poder usen su autoridad para defenderla y a la vez de madurez en los ciudadanos para practicarla sin caer en la anarquía. Ni de lejos practicar la libertad quiere decir hacer y decir lo que venga en gana, al margen del ordenamiento legal, sino ejercerla dentro de los patrones establecidos por las leyes cuya meta es el bien común. Si todos los ciudadanos actúan en este contexto y el ejercicio de autoridad acepta estas opiniones, aunque no esté de acuerdo con lo que se dice, hay un orden real que no se fundamenta en el temor sino en el respeto.
El respeto no debe limitarse a quienes ejercen el poder político, sino también a los ciudadanos cuyas expresiones no deben tener propósitos ofensivos. Respeto y autoritarismo, entendido como abuso del poder deben lograr un equilibrio. El Estado no debe extremarse en el uso de autoridad ni el ciudadano en el descontrol de sus expresiones que pueden ser ofensivas y calumniosas. Los gobiernos autoritarios, aunque estén disfrazados de democracia, abusan del poder para combatir desacuerdos. El ejercicio del periodismo debe tener firmeza suficiente para no dejarse intimidar ni abusar del derecho a la expresión.