En medio del ajetreo que caracteriza al último mes del año, conviene evaluarlo como base para proyectar el futuro. Poniendo énfasis en lo que yo hice por los demás, y no lo que ellos hicieron por mí.
Ese inesperado azote de la pandemia golpeó fuerte, especialmente, contra quienes no estuvieron preparados para afrontar las contingencias de la vida. ¿Cómo reaccionar ahora? Pues, con mayor trabajo, creatividad e iniciativa; cuidando cada centavo que podamos generar; sin culpar al resto por todo lo negativo. En lo personal, me propuse cuestionar a los profetas del desastre que encuentran cada vez nuevas variantes del covid-19, impulsados por los poderosos del mundo, cuyos laboratorios obtienen pingües ganancias con las vacunas, cápsulas y tantos elementos adicionales. No les importa que, desde marzo del año pasado, haya aumentado un 30% el hambre en Latinoamérica, lo cual representa 69.7 millones de habitantes.
A nivel comunitario, el problema más acentuado desde el 2017, es la inseguridad en las calles y cárceles. So pretexto de los derechos humanos, estamos victimizando a los delincuentes. Pues no. Al contrario, es hora de imponer leyes más drásticas; retomar el control mediante las fuerzas del orden; ocupar a los reclusos en actividades productivas que les rehabiliten económica y psicológicamente; agilitar los procesos judiciales para evitar que el 40% permanezca sin sentencia, provocando el hacinamiento.
Respecto al presente y futuro financiero nacional. Bien porque las familias y el fisco busquen fuentes propias, sin descartar el apoyo pecuniario y tecnológico externo. Ecuador ofrece múltiples oportunidades. Se requiere, eso sí, decisión de las autoridades y con frecuencia mano dura, frente a la cerrada oposición de grupos sociales, que exigen todo a cambio de casi nada. (O)