El país no tiene la culpa. Los ecuatorianos y cuencanos tampoco. Es cierto, el Gobierno en funciones no es el extremo y único responsable.
Pero las vías que conectan a Cuenca con la Costa ecuatoriana son una burla. Después de los desastrosos efectos que dejó el tiempo de la Pandemia de la Covid-19, la economía y realidad de distintas ciudades y actividades empezaron a sanarse o recuperarse a causa del turismo interno. Cuenca tuvo como principal articulador de su repotenciación turística y dinámica económica, a los vecinos guayaquileños y machaleños. Sí. Cada fin de semana visitaban importantes grupos de familias y amigos de las provincias contiguas para conocer y disfrutar de esta maravillosa Ciudad, pero además para ayudarla a reactivar y superar la crisis económica y anímica que trajo el tiempo del encierro y restricción.
Los cuencanos hacen lo propio. Sacan sus productos, transportan el desarrollo de su industria, hacen turismo y ocupan como puerto principal internacional a la ciudad de Guayaquil. Entonces, no es una dimensión menor el conflicto de conectividad terrestre y aérea que sufrimos los cuencanos. La vía a Machala es un peligro, llena de baches, deformaciones, malos caminos y nulo control a los que creen conducir un “Ferrari”. La vía a Guayaquil obstaculizada en varios kilómetros y reducida -lamentablemente- a ser el ejemplo de la inacción y paso del tiempo.
Cuenca es Patrimonio Cultural de la Humanidad, pero además desde sus orígenes un cantón acostumbrado a empujar su desarrollo desde el ímpetu, visión y fortaleza de su población y familias. No es desordenada. No es conflictiva. No es revanchista ni dormilona. Tampoco es egoísta o impávida con el país. Al contrario, es ejemplo de mucho más que aquello. Pero, de vez en cuando viene bien que el aparato estatal central, no abuse tanto de nuestro sentido civilizatorio y respetuoso. De nuestra forma cortés de mirar al poder. De nuestra paciencia y solidaridad. De vez en cuando sí sería bueno que respeten a nuestra querida Cuenca. (O)