Hacia la mitad del siglo pasado la dinámica de la ciudad de Cuenca se agotaba en el centro histórico. Edificaciones funcionales como el hospital y el colegio Benigno Malo ubicadas al otro lado del Tomebamba eran excepcionales. En nuestros días el espacio físico de la ciudad se ha extendido en diversas direcciones con instituciones de servicio de diversa índole, lo que ocurre en muchas ciudades que crecen y los centros históricos se mantienen con categoría de lugares para visitas de turistas. El de nuestra ciudad se ha mantenido con dignidad y a finales del pasado siglo fue declarado por la UNESCO patrimonio cultural de la humanidad.
Ni de lejos nuestro centro histórico se ha convertido en algo similar a un museo cuyo propósito es la visita. Se mantiene como un espacio vivo con actividades que le proporcionan dinámica como hoteles y restaurantes de reconocida calidad. Sus peculiaridades de patrimonio se las cuida y se evita cambios arquitectónicos que atenten contra su imagen. Hay que destacar la seriedad de las instituciones administrativas, sin que se deje de considerar la actitud de los ciudadanos que, superando la codicia y tentaciones económicas, reconocen esta condición cultural motivo de orgullo, ya que la satisfacción ciudadana va más allá de la rentabilidad pragmática.
Esta actitud está dando resultados positivos, como lo demuestra el creciente interés por restaurar inmuebles para transformarlos en hoteles. El turismo es un componente de rentabilidad muy lucrativo y cada vez hay más conciencia de recurrir a medidas públicas y privados para acrecentarlo, partiendo de la conjunción de componentes históricos vivientes y un entorno natural de gran belleza con la presencia de cuatros ríos a cuyos entornos han llegado las edificaciones urbanas propias del crecimiento y que se mantienen en su imagen natural con espacios para caminar en sus riberas transformadas en parques lineales.