Tras dos años de constantes sobresaltos causados por la pandemia, hay señales de que Ecuador va retornando a la normalidad. El sector educativo alegra esas construcciones, durante tanto tiempo silenciosas, algunas descuidadas, dormidas, casi fantasmagóricas. Las oficinas, los negocios, el comercio se humanizan; las calles llenas de gente; aumenta el aforo en espectáculos y transporte públicos; centros turísticos y recreativos reviven con quienes buscan descanso, esparcimiento, la emoción del encuentro.
Desde el próximo mayo podría suprimirse la obligatoriedad de la incómoda mascarilla, que además de impedir aire fresco, oculta buena parte del rostro restándole identidad hacia quienes nos rodean. Espero borrar de la mente individual y colectiva, la presión para “quedarse en casa”, así como el “distanciamiento social”, que han provocado nefastas consecuencias contra el ser humano, gregario por esencia y necesidad.
Eso sí, vacunados o no debemos duplicar esfuerzos para recuperar el tiempo perdido y mantener la guardia. Importante impulso hacia la vida normal, darán la solidaridad, el apoyo mutuo, la comprensión de actitudes ajenas, entre las cuales está la proliferación de ventas ambulantes y la mendicidad. La mayoría no busca el desorden y la ociosidad, sino sobrevivir cotidianamente con lo que a nosotros tal vez nos sobre.
Da la sensación que estos ideales caerán en el vacío, al constatar como el universo apenas intenta salir de una guerra biológica, cae en otra militar. “Hemos arado en el mar” dirán muchos parodiando al Libertador Simón Bolívar, quien a renglón seguido empero añadió: “si mi muerte contribuye a la paz y unidad de los pueblos, bajaré tranquilo al sepulcro”. Es el llamado aunque doloroso a la esperanza, que vale la pena considerarlo. (O)