Emmanuel Macron, el hombre récord de la política francesa, podrá intentar buscar la redención de los ciudadanos en un segundo mandato presidencial, tras un primer quinquenio que muchos consideraron decepcionante.
Tras ser en 2017 el hombre más joven (39 años) en alcanzar el Elíseo, Macron consiguió este domingo la reelección y es uno de los pocos presidentes de la V República reeleegidos, junto a Charles de Gaulle, François Mitterrand y Jacques Chirac.
Es también el único en ser reelegido mientras controlaba a la vez la Asamblea Nacional.
Pero la votación mostró cómo se ha roto el hechizo de este hombre que llegó al poder sin el apoyo de un partido político importante, que ha sido reelegido casi tanto por rechazo a la ultraderecha como por su programa o sus promesas.
Y es que en su primer mandato Macron se ha ganado fama de arrogante y desconectado del ciudadano de a pie, con un importante sentimiento de insatisfacción entre los franceses a pesar de las buenas cifras macroeconómicas.
Tras una campaña muy corta en la primera vuelta, en la que estuvo muy pendiente de la guerra de Ucrania, la carrera de la segunda ronda le vio mucho más implicado y centrado.
Intentó volver a conectar con los ciudadanos, viajando sobre todo a pequeñas ciudades para encuentros y charlas en la calle, aprovechando su impecable capacidad dialéctica.
Sabedor de que debía hacer un auténtico propósito de enmienda, sobre todo hacia el electorado progresista y de izquierda, se esforzó por reverdecer sus credenciales sociales y ecologistas. También prometió aprender de sus errores y escuchar más a los franceses.
Esta noche, en su intervención tras conocer su victoria, Macron reconoció que muchos de sus votantes querían «frenar a la extrema derecha», y prometió tenerlos en cuenta.
Por ello, emprendió en las dos últimas semanas un nuevo giro: ha visitado sobre todo zonas en las que ganó el líder izquierdista Jean-Luc Mélenchon, para insistir en sus propuestas sociales y ecologistas.
UNA CARRERA INUSUAL
Esta vitoria marca el último paso de un hombre de todo menos corriente, nacido en Amiens (norte) en 1977 de una pareja de médicos, que lleva lo inusual hasta a su vida personal: está casado con una mujer 24 años mayor (Brigitte, una antigua profesora suya) y no tiene hijos.
Estudió Ciencias Políticas en la famosa universidad Sciences Po y luego, como gran parte de la élite francesa, pasó por la Escuela Nacional de Administración (ENA), un auténtico vivero de altos cargos públicos de gran nivel pero también criticada por su elitismo.
Al terminar, entró en 2004 en la Administración del Estado, en concreto en el organismo de inspección fiscal (IGF) realizando análisis sobre el fraude impositivo y estudios sobre el crecimiento económico.
Cuatro años después pasó a la banca de negocios con Rothschild, donde ascendió rápidamente.
Después de coquetear con algunas pequeñas formaciones de izquierda moderada, fue miembro del Partido Socialista entre 2006 y 2009 e intentó ser candidato a la Asamblea Nacional en las legislativas de 2007 por su distrito de origen, pero los militantes prefirieron a otro aspirante.
La elección del presidente socialista François Hollande, en 2012, le catapultó de vuelta a la función pública, nada menos que como secretario general adjunto del Elíseo, en la auténtica «cocina del poder».
Dejó el puesto en mayo de 2014 pero apenas cuatro meses después fue nombrado ministro de Economía, el más joven en el cargo tras Valéry Giscard d’Estaing (otro futuro presidente) en 1962.
Tras un mandato muy controvertido, con acusaciones de demasiado liberalismo y poco socialismo, dimitió en agosto de 2016. Pocos meses antes había creado su propio partido (En Marcha, rebautizado después como La República en Marcha, LREM), Que aseguraba que no era «ni de derecha ni de izquierda».
A partir de ahí, y ante el rápido desgaste de Hollande y sus sucesivos Gobiernos y la falta de contrincantes de auténtico peso en otros partidos moderados, quedó evidente su objetivo de lanzarse a por la Presidencia.
Ganó la primera vuelta electoral de 2017 y luego aplastó a la ultraderechista Marine Le Pen por un 66,1-33,9 %.
Tras un primer mandato marcado por las crisis (como los «chalecos amarillos» o la pandemia), ha logrado aferrarse al poder. Ahora le queda intentar dejar un legado que pase a la historia. EFE