Qué opinaría usted si le dicen que un país tiene suspendido en sus funciones al Presidente de la Corte Superior de Justicia, destituida la Presidenta del Poder Legislativo, el Presidente del Consejo de Participación ciudadana en vías de ser enjuiciado y cancelado por la Asamblea y un Presidente de la República al que se ha iniciado un proceso de revocatoria del mandato?
Seguramente la mayoría de la gente pensaría que se trata de alguno de los tantos países latinoamericanos dados al caudillismo y con una atracción fatal al populismo, que viven cambiando gobiernos casi como por deporte. Otros posiblemente opinarían que se trata de un país sacado de las páginas del realismo mágico de García Márquez. La desgracia es que ese no es un país imaginario, sino es el nuestro. Es el Ecuador al que todos los partidos políticos dicen representar y defender con una mano, mientras con la otra hacen lo imposible por despedazarlo y llegar ellos al poder.
Los tres poderes del Estado atraviesan por momentos difíciles y están al borde del abismo. De los dos poderes restantes creados noveleramente por la Constituyente correísta, uno está también en vísperas de que su Presidente sea juzgado y destituido. Esa situación no puede ni debe mantenerse. Algo hay que hacer y urgentemente. Lo que está ocurriendo puede ser la antesala de una tragedia nacional que desemboque en una nueva aventura caudillista, muy al estilo latinoamericano. Una tragedia en la que no falta la influencia del narcotráfico propiciada y protegida por delincuentes hoy prófugos, vinculados con gobiernos anteriores
Cuatro poderes del Estado debilitados, no son hechos aislados. Tampoco la ola de violencia causada por las bandas de narcotraficantes y sus aliados y protectores políticos. Son parte de una trama bien diseñada por dos fuerzas: de extrema izquierda la una y de extrema derecha la otra, juntas para ratificar aquella vieja verdad de que los extremos se unen, funden y se confunden. (O)