Decía el escritor Ricardo Silva en una de sus columnas que los colombianos «están tan hartos de todo que prefieren la nada», describiendo una situación inédita en el país, donde el 19 de junio se tendrá que elegir entre dos candidatos adalides del cambio y que refleja a la vez «un sistema en crisis».
«Hace muchos años no estábamos en una encrucijada tan horrible, tan difícil», asegura la escritora Piedad Bonnett, refiriéndose a los dos candidatos del balotaje colombiano.
La carrera presidencial se decide entre el millonario empresario de la construcción Rodolfo Hernández, que ha emergido del casi anonimato con un discurso populista y demagogo contra la corrupción y la política tradicional, y el senador y candidato de izquierdas Gustavo Petro, un exguerrillero que levanta pasiones y saca los miedos más viscerales de parte de la sociedad colombiana.
«UNA SOCIEDAD EN CRISIS»
Bonnett, autora de «Lo que no tiene nombre» (Alfaguara, 2013), en tono pesimista asegura que la situación es producto de «un sistema en crisis», no solo en Colombia, sino en todo el mundo, que vive «una era de tremendos populismos que se deben al descontento generalizado».
Para Juan Gabriel Vásquez, sin embargo, la situación que atraviesa Colombia es preocupante pero tiene «dos aspectos innegablemente positivos»: la derrota de la clase política tradicional y un «veredicto sobre lo que ha sido la presencia del uribismo y el desempeño del presidente (Iván) Duque en los últimos cuatro años», y, sobre todo, un «cambio radical» desde el referéndum de 2016.
«En estos seis años lo que yo he visto es una transformación de la opinión de la sociedad colombiana con respecto a los acuerdos y ahora lo que parece haber es un apoyo ampliamente mayoritario (a la paz)», subraya Vásquez, a la vez que recuerda que «todos los candidatos, incluido Rodolfo Hernández, que había votado por el no abiertamente, proclamaban que iban a apoyar los acuerdos y a defender su implementación».
«La guerra daba un pretexto social y político para el mantenimiento de situaciones socialmente absurdas, de una desigualdad marcadísima y de una desatención por parte del Estado a mucha gente necesitada», dice el autor de «El ruido de las cosas al caer» (Alfaguara, 2011), y ahora, a pesar de que el conflicto persiste, se abre una nueva ventana.
«Ahora sí es definitivamente algo inédito y eso abre oportunidades, pero también nos lanza a todos los riesgos que corre una democracia cuando se abandona al populismo», argumenta Vásquez, una opinión que comparte Bonnett.
«RODOLFO, EL IMPRESENTABLE»
Desde el feminismo, que ha sido una de las grandes piedras en el zapato de Rodolfo Hernández, Bonnett asegura que el populista exalcalde de Bucaramanga evoca «la falta de institucionalidad total, la rudeza, la improvisación, la ignorancia, la violencia, el machismo…»
Son los «lastres de los que nos hemos querido librar», dice la novelista y poeta, quien no cree que sea un «outsider» como se le llama, sino que «encarna el sistema en sus peores manifestaciones» y es «un ser impresentable internacionalmente».
Silva también tiene numerosos adjetivos para él: «un jefe dicharachero, chistoso, simpático, grosero, que no tiene ni idea de cómo funciona el Estado colombiano», dice de carril.
Muchos intelectuales y escritores desconfían de su discurso populista, pero la sorpresa vino de una de las personas que más ha abordado el conflicto colombiano y los problemas de raíz del país, el ensayista William Ospina, quien no solo ha mostrado su apoyo a Hernández, sino que éste le ha propuesto el cargo de ministro de Cultura si llega a la Casa Nariño.
«Algunos orientadores de opinión, de esos que se quejan todo el día de todo lo que ocurre, pero que ven con alarma cualquier cambio, han dicho que las propuestas de Rodolfo Hernández son demasiado simples, pero es que, de verdad, la solución de los problemas es más sencilla de lo que dicen los tecnócratas», comentaba en una columna en el diario El Espectador en enero pasado.
TEMOR PATOLÓGICO A LA IZQUIERDA
En el fenómeno de Hernández también hay una sombra que recorre Colombia y es el temor casi patológico a la izquierda, a esa ideología que suena a guerrilla y que, aunque se ha moderado en la semblanza de la socialdemocracia europea en esta candidatura de confluencia de fuerzas de Petro, sigue provocando iras, a pesar de que la mayoría quiera cambio.
Bonnett, que defiende el voto en blanco como una forma de sentar protesta e inconformidad ante la situación, lo describe así: «la alternativa que queda es Petro, que me parece que es un hombre inteligente, muy sagaz, muy capaz de camuflarse de acuerdo con las necesidades que va leyendo, muy mal rodeado, un tipo que tiene un talante autoritario, también es un populista más refinado y más interesante».
La guerrilla, explica Vásquez, fue «una fuerza profundamente retardataria» que «con sus excesos, sus desmanes y su historia de inhumanidad ha frenado el progreso de una izquierda democrática», y eso le sigue pesando a Petro, quien integró las filas de una de esas guerrillas, el M-19, hasta su desmovilización hace más de treinta años.
Pero para Silva, según explica a Efe, justamente la campaña de Petro «es el resultado de una serie de candidaturas de luchas democráticas, de luchas sociales, de movimientos cívicos» donde «confluyen cantidad de luchas de izquierda y luchas progresistas y muchas liberales» que es la esencia de la «cultura de paz» que debería reverdecer en Colombia.
En esta «encrucijada» gran parte de Colombia está indecisa y, como Bonnett, muchos que se dicen de centro reivindican el voto en blanco; también a muchos les recorre la incertidumbre, como a Vásquez, y otros ven con esperanza que la izquierda por fin pueda tener su «reivindicación histórica», como Silva.
Sin embargo, el autor de «Historia oficial del amor» (Alfaguara, 2013) es pesimista, pues augura: «vamos a cerrar un capítulo de la historia sin haberlo leído y haberlo conocido». EFE