Antes de Roswell
Esa noche llovió y hubo tormenta eléctrica como pocas veces se había visto, así como un estruendo grande no oído antes. Días después un granjero halló en su propiedad esparcidos en una amplia área unos curiosos restos metálicos semejantes al aluminio con la peculiaridad que no se doblaban ni siquiera se arrugaban y no combustionaban. El ejército de los Estados Unidos de Norteamérica “peinó” la zona y se llevó hasta el más diminuto pedazo, incluidos los cuerpos de unos seres del tamaño de niños de no más de 1,20 m. Ocurrió en Roswell, Nuevo México, al sur-este de ese país en junio de 1947, hace 75 años exactamente. Pese al secretismo y la intimidación, algunos ciudadanos lograron quedarse con algo de este accidente y los que vivieron, con recuerdos del inusual hecho.
El archiconocido caso ha pasado a ser el ícono de la ufología mundial y en cada momento se habla de él. Pero lo que no se sabe es que ya existían desde 5 o 6 años de manera oficial, aunque oculta, agencias estatales con exorbitante presupuesto que investigaban y recuperaban, veladamente, este tipo de accidentes –y todo lo relacionado con impulso no convencional de naves aéreas sin necesidad de alas y derivados petrolíferos– como lo sucedido en Aztec dos años antes, en 1945, cuando los militares se llevaron un aparato circular casi intacto incluida la tripulación de aspecto afín a nosotros y, según testigos, al menos uno de ellos vivo.
Tres años antes explotó un aparato similar encima de un lago que perforó un pequeño bote de una familia que paseaba a esa hora; un pedazo fue entregado por el padre de familia a 2 enviados que se identificaron como investigadores especiales de la fuerza aérea estadounidense. El avión carguero C-130 en el que volvían a la Capital inexplicablemente tuvo un fallo, cayó, murieron todos sus ocupantes y la extraña quemada pieza se perdió para siempre. No hubo informe e indagación oficial sobre el estrellamiento y la expresión de que es en bien de la “seguridad nacional”, resaltó de nuevo. (O)