Una lacerante realidad, los 18 millones de habitantes del Ecuador de habitantes del Ecuador estuvieron secuestrados por las violentas manifestaciones de los 18 días, que cortaron carreteras y vías impidieron la libre circulación garantizada por la Constitución, destrozaron instalaciones agroindustriales, enfrentaron ferozmente a la policía ya las Fuerzas Armadas, sometieron a la escasez, el hambre y la especulación a las poblaciones, se botaron millones de litros de leche, murieron de inanición cientos de miles de gallinas, pollos, impidieron la exportación de flores, brócoli y otros productos agrícolas; cerraron pozos petroleros; en fin causaron pérdidas por al menos 1.000 millones de dólares.
Junto a estos daños cuantificables, crearon una profunda incertidumbre para realizar nuevas inversiones en un país en que un grupo minoritario, pero tremendamente agresivo, pone de rodillas a la autoridad legítima, y le obliga a aceptar los contradictorios pedidos de los revoltosos.
La rebaja de los precios de los combustibles y la distracción de 3 mil millones de subsidios, que deberían servir para atender necesidades evidentes en seguridad, salud y educación, es el nefasto TROFEO DE GUERRA que ha permitido a Iza aparecer cómo el salvador del pueblo.
Ante los tiempos de desencanto en que vivimos, y sin ningún signo que nos anuncie días mejores, pregunto a mi alma: Quién pone limite al descalabro en el que vivimos: quién, cuándo, y cómo revertirá nuestra desgracia y nos restituirá el orden, la dignidad y la libertad.
La aureola de incertidumbre que cubre el territorio nacional, no se disipará eligiendo candidatos simplones y obsesivos; ni indígenas que asimilaron lo peor de nuestros políticos y se niegan a sí mismos; no, otras sombras ni nombres de avivatos. Un ecuatoriano de bien, formado en el tiempo y el esfuerzo personal y social, que luchó y consiguió éxitos sin ofender al otro, ni robar, ni mentir, haría nacer alguna esperanza para la reconstrucción de nuestro demolido Ecuador.
Lo más grave que le puede ocurrir a un país, es el hecho de que, en nombre de una democracia mal concebida, la ansiada justicia social no llegue, y que en el camino sus habitantes pierdan sus libertades, su paz y su dignidad.
La aplicación de la ley a todos los ciudadanos es fundamental para la convivencia civilizada. Los jueces y fiscales dejen su lento accionar, para que el Ecuador retorne el orden social. (O)