Estas temporadas de vacaciones cuando los cuadernos pedían dormitar en tres meses de holganzas, los fríos fueron siempre los compañeros. Hoy, ya viejos los vacacionistas felices de otros tiempos, solo sentimos frío que cala los huesos, escoltándonos en nuestros trabajos y ocupaciones. Recién amanecía y me tocó estar justo en la esquina de un parterre esperando la luz verde y qué, por algún motivo de tránsito, se demoró, tiempo suficiente para observar un drama humano repetido, lastimosamente, en muchas esquinas de Cuenca, en forma poco variable. Una familia venezolana, cuyos rasgos faciales, piel, cabello y contextura, se volvieron muy reconocibles dada la inmensa cantidad de estas desdichadas personas que vienen de huida de una de las más execrables dictaduras, que convirtió en poco más de una década, un bello país próspero y rico, en un paraíso de inequidad, pobreza y humillación. Padre, madre y cuatro hijos de entre 4 a 10 años, se aprestaban a seguir con su lamentable ocupación de pordioseros para lograr vivir. Un plástico negro grueso era recogido, que les servía como improvisada carpa donde dormían todos hacinados, sobre unas espumas sucias tendidas en el suelo. En mochilas flacas guardaban algo de ropa y sacaban otras. Unas cuantas botellas de cola o agua y algún alimento frío que no requeriría cocido, era todo su bagaje. Los vi levantarse maltrechos, ateridos intentando erguirse doblegando el frío. Tratando de esconderse con aquel plástico ya nombrado, pretendían hacer dignamente sus necesidades, que la verdad no sé cómo escondían las deyecciones, supongo que en bolsas de supermercado, porque no observe heces en el sitio. Apenas pasaron una peinilla por su alborotado y largo pelo, para luego intentar acomodar y volver presentables limones y chupetes que vendían por monedas. Golpeado en mi interno sentimiento, regresé por allí, ya adelantado el día y entonces todos hacían su labor, unos vendiendo sus productos y otros embolsando cítricos en mallas, una vez contados y escogidos. Drama humano que viven cruelmente miles de congéneres en su diáspora obligada por maleantes y ladrones. Pobres seres que intentan escapar de la infamia de su patria y buscar una nueva vida en nuestro país, que si nos descuidamos seguirá la misma suerte. Cuantos otros dramas ocultos no sabemos ni nos imaginamos, donde la droga, prostitución y delincuencia, encuentran légamo fértil en estos expatriados y los incorporan a pandillas delincuenciales. Cuanto me gustaría ayudarlos o que alguna gran institución aliviane su enorme sufrimiento. (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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