Hace poco, en una suerte de catarsis a tanto batiburrillo de la política y comentarios birriosos sobre lo mismo, glosé las causas y las formas de violencia, tomando algunos criterios del psicoanalista y filósofo alemán E. Fromm, porque creo que estos asuntos son de verdadera trascendencia para el tiempo que corre.
Ahora inquietémonos sobre los amores: a la vida y a la muerte. El amor (del griego philos) no parece correcto para la muerte, porque el amor per sé es un sentimiento de vivo afecto hacia una persona o cosa, significado que puede extenderse como una inclinación anormal hacia la muerte o a tener relaciones sexuales con los muertos, perversión que no se puede considerar como una atracción normal, así los desenfrenados de los derechos lo consideren.
En fin; para conclusiones científicas y pragmáticas se habla de biofilia y necrofilia. La esencia de la biofilia es el amor a la vida, que no está constituido por un rasgo único, sino que representa una orientación total: tendencia a conservar la vida y a luchar contra la muerte. La Ética biofílica será todo lo que sirve a la vida, todo lo que fortifica la subsistencia, el crecimiento y el desarrollo. Es lo corriente en los seres vivos, aun cuando cada vez la necrofilia la dispute y hasta la supere.
En 1936 con ocasión del discurso del militar José Millán-Astray en la Universidad de Salamanca, de la que era rector don Miguel de Unamuno y Jugo, al grito destemplado del Gral. ‘¡Viva la muerte!’, el filósofo y académico le respondió: “… ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito ‘Viva la muerte’. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente…”
La persona necrofílica se siente atraída por todo lo que no vive, por todo lo muerto, por toda maleza. Mientras la vida se identifica de manera estructurada y funcional, el necrófilo ama todo lo que no crece, lo que es mecánico; desea convertir lo orgánico en inorgánico, mirar la vida mecánicamente, como si todas las personas fueran cosas.
Lo que hoy vivimos es una tendencia a lo necrofílico, que sólo podrá reencauzar la educación del hogar y del aula, apostando por el cultivo del amor, particularmente, del amor por la vida. (O)