El gran problema es que vivimos acostumbrados a asumir la política con una profunda irresponsabilidad. Miramos la campaña política como si fuese una telenovela y votamos al joven millonario para castigar al villano. Y claro, hoy, con la minería en los páramos, el agua amenazada, la democracia en cuidados intensivos y a las puertas de una costosísima y probable constituyente que nadie sabe para qué va a servir, te has puesto a pensar que todo salió al revés, que no es esta la película que te vendieron, que ya no te gusta lo que ves.
Ahora seguramente van a decir que están arrepentidos, los más valientes, los pocos que están dispuestos a reconocerse culpables. Los demás van a seguir intentando defender lo indefendible para no reconocer el error, porque a la gente no le gusta que le señalen cosas sobre su propio comportamiento. La mayoría prefiere sentirse víctima, quejarse en redes sociales y llenarse de fans. Pero como yo no estoy buscando fans, les voy a decir lo que pienso. Y pienso que este país está repleto de gente que lo único que quiere es votar por el que va primero, ser hincha del equipo que va ganando. Y eso, en política, pasa factura.
Incluso habrá quien decida quemar el último cartucho invocando aquello de la “gente de bien”, despotricar contra el paro indígena y hacerse el ofendido por la protesta, pero no por la injusticia que la provoca y la realidad del pueblo defendiéndose como puede de la voracidad de un sistema que lo ignora y lo reprime dentro de este intento de democracia, donde tantos juegan sucio. Y no, no estoy avalando la violencia. Estoy, eso sí, respaldando su ancestral derecho a la resistencia.
Así que podrán salir silbando y mirando para otro lado con cara de “este desastre no es mío”, pero eso no detendrá esa vocecita de la conciencia diciendo: “… te equivocaste, te vendieron el rollo del plan Fénix, el empleo, el rollo de Venezuela y te lo creíste todo, sin protestar. Y ahora ya no sabes dónde esconder el muñeco de cartón”. Te equivocaste, lo sabes. Y yo también… (O)
@andresugaldev