Cerros de agua y vid

No sería mucho decir, contar, que mi pueblo tenía hermosos cerros, tratándose de un valle, se entiende, que está rodeado de estos componentes del relieve, con más o menos atractivos, pero todos, de bosque niebla y agua. Claro que los hay tan especiales como aquellos que asombraron la infancia, avivando fantasías, mitos y leyendas.
Al comienzo eran los límites de nuestro mundo, un círculo de colinas verdes doradas de luz, con su propio cielo hecho de sol, nubes, pájaros y lluvia y, más allá, en la noche con la luna y su mata de estrellas; después fueron los cerros del abuelo, proveedores de cobijo y sombra, para buscar leña con mingas comunales bajo su atenta vigilancia: -protejan los retoños-, -cuidado con prender fuego-, -no corten los árboles, si se van los árboles se va la lluvia, solamente desramen- decía y hacía avanzar para todos –no contaminen los manantiales-; en la escuela, en clase de lugar natal, nos enseñaron que en los cerros estaban las nacientes del agua que originan los ríos y las lluvias que hacían producir los campos y las chacras y allá fuimos de excursión- observación; en la comunidad aprendimos que en los cerros están los “ojos agua” que alimentan el sistema de agua potable y era un ritual el paseo a sus tanques y reservorios. También fueron escenario, y hasta protagonistas, de historias y cuentos que enriquecieron nuestro imaginario, abasteciendo de fantasías los recuerdos.
Entendimos que, más allá de su contenido mágico real maravilloso, los cerros, proveen el agua que sustentan la vida; que, mientras existan estos espacios verdes, el abastecimiento de líquido vital y la vida están asegurados. Aprendimos una cultura ambiental en el hogar que se fortaleció en la escuela y se ratificó en la comunidad. Cultura ambiental que nos asiste, ahora, cuando debemos decidir el futuro del agua nuestra de todos los días.(O)

Redacción El Mercurio

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