El resultado de las elecciones presidenciales del 13 de abril en Ecuador no solo ratificó a Daniel Noboa como presidente, sino que también evidenció cómo la política interna se entrelaza cada vez más con las dinámicas geopolíticas. En medio de una profunda crisis de seguridad, una economía en tensión y una ciudadanía desencantada con los referentes tradicionales, Noboa supo representar una alternativa pragmática, tecnocrática y alineada con una visión occidental del desarrollo. Su imagen de empresario joven y su discurso de acción directa generaron confianza, especialmente en sectores urbanos y de clase media que exigían respuestas inmediatas y estabilidad institucional.Uno de los elementos menos explorados, pero claves para entender el triunfo de Noboa, es la dimensión internacional del voto. En un país dolarizado y altamente dependiente del comercio exterior, las remesas y la cooperación, la percepción de que Noboa representa una vía de entendimiento con Estados Unidos funcionó como un argumento de peso para muchos votantes. Frente a una candidata como Luisa González —asociada con un proyecto político que históricamente ha confrontado a las potencias occidentales—, la ciudadanía optó por la estabilidad antes que la confrontación. La fotografía de Noboa con Donald Trump, así como el mensaje de felicitación del exmandatario, operaron como símbolos que reforzaron la idea de que el nuevo presidente tiene respaldo internacional y capacidad de interlocución global.Más allá del componente geopolítico, el triunfo también se explica por el refuerzo del anticorreísmo como mito político. El regreso mediático de Rafael Correa y otras figuras del pasado reactivaron …










