La posible elección de un Papa conservador representa un riesgo tangible para los derechos humanos en un contexto global ya tensionado por retrocesos autoritarios. No nos olvidemos de los comentarios de Milei sobre el Papa Francisco antes de su muerte.
Bajo un liderazgo ultraconservador, la Iglesia podría reforzar visiones excluyentes sobre género, sexualidad y diversidad, deslegitimando avances en igualdad y justicia social, por ende, retrocesos políticos aún en países laicos como el nuestro.
No se trata solo de un debate teológico: la Santa Sede ejerce influencia política real en foros internacionales, afectando marcos legales y políticas públicas. La negación de derechos sexuales y reproductivos, el silenciamiento de mujeres y disidencias, y el respaldo a gobiernos autoritarios bajo el pretexto de “defensa de valores tradicionales” tendrían consecuencias concretas: más discriminación, más violencia, más desigualdad.
En tiempos que exigen apertura, reparación histórica y respeto a la dignidad humana, un papado conservador no solo sería anacrónico, sino profundamente lesivo para las libertades fundamentales. Y aunque digan que ahí no decide más que Dios, los intereses estatales y económicos marcan la cancha, y Ud sabrá por quién reza. (O)