Uno creería que tiene claro qué es lo que más daña la salud, pero resulta que no, según estudios citados por Arthur Brooks en From Strength to Strength, la soledad sostenida tiene un impacto comparable al de fumar quince cigarrillos diarios, sí, sí, ¡15! eso sin contar el insomnio, la ansiedad, el deterioro cognitivo y hasta la propensión a la obesidad que la soledad nos causa.
Pero eso no termina ahí, el problema no es solamente la soledad, sino también la soledad ocupada, esa que se disfraza de productividad, la que va a la oficina los domingos y responde correos a medianoche, esa que no tiene tiempo para los amigos o la familia, menos para pasatiempos o momentos muertos en los que con alguien buscamos formas en las nubes o en la noche una estrella fugaz.
Brooks advierte que un clásico signo de comportamiento adictivo es cuando algo no humano comienza a reemplazar las relaciones personales, puede ser el trabajo, pero también el teléfono, un videojuego, series o incluso esa aplicación que registra cuántos pasos damos y nos aplaude por no parar ni para pensar.
¿La paradoja? Nunca hemos estado tan conectados y al mismo tiempo tan solos. Y como no nos damos cuenta de que nos hace falta el calor de una conversación sin un objetivo definido, de una carcajada que nos saque lágrimas, llenamos la vida con logros, reuniones y validación profesional. Que sí, son importantes, pero no sustituyen un abrazo, una risa compartida o una amistad que no exige resultados trimestrales.
¿Cuántos cigarrillos emocionales fumamos cada semana sin darnos cuenta? Porque trabajar es importante, pero no tanto como tener con quién celebrarlo al final del día, y tengamos claro que nada nos vamos a llevar de este mundo, pero los recuerdos no nos quita nadie. (O)
@ceciliaugalde